viernes, 27 de junio de 2014

INDIOS CONEJO: SU TERRIBLE AMENAZA





     En mi niñez siempre escuché hablar de los indios conejo, allá en Boquete, mi pueblo natal. Le escuché a mi abuela analfabeta, con evidente herencia genética indígena,  hablar de ellos. Diría que estaba segura de su existencia. Lo que decía era de lo más fabuloso: vivían en cuevas y tenían túneles que comunicaban de una provincia a la otra. Uno de esos túneles llegaba exactamente hasta la parte subterránea de la iglesia de Boquete y otro túnel llegaba hasta el flujo de lava del volcán Barú. Lo curioso era que nadie, absolutamente nadie,  los había visto jamás.  Ni siquiera mi abuela, que había vivido en las montañas de La India Vieja, al oriente de Boquete y había tenido encuentros con  pumas y jaguares.  Lo peor que le pudo pasar fue que la mordió una víbora oropel, pero sobrevivió. Sin embargo, no vio los indios conejo. Cuando le pregunté: ¿Abuela, cómo son los indios conejo? Me respondió: no sé, no los he visto.  ¿Y como sabe que existen?, la inquirí. Dijo entonces: mis abuelos me contaron de ellos y me advirtieron que eran peligrosos.



     Tiempo después, cuando terminaba de estudiar  en la universidad, escuché en la televisión la noticia de que un grupo de miembros de las temidas Fuerzas de Defensa, del destacamento de Panajungla, a la orilla del río Teribe, se estaban internado en lo profundo de la montaña superior y hacia el sur del río Bon, mejor conocido como Teribe, a buscar a los llamados indio conejo. ¡Insensatos!, pensé entonces, cómo se les ocurre ir a buscar lo que no existe. Tienen que ser militares, para que les falte cerebro y actuar de esa manera. Más fácil les hubiese salido buscar a la Tulivieja. Como estaban en Bocas hubiesen hablado con un experto en la materia: Tristán Solarte. Él, en muy pocas palabras, les hubiese indicado como atrapar o haber traído evidencias de esa famosa mujer.  Efectivamente, regresaron sin noticia de los indios conejo.

     Así que, con el pasar del tiempo,  la existencia de los indios conejo se convirtió en creencias de la misma categoría que Santa Klaus y el pollito de tierra.  Pero hace poco, con la desdichada pérdida de vidas humanas, por el camino de Culebra, de unas jóvenes europeas, algunas personas aseguran que los responsables son los indios conejo. Así en singular su nombre y la responsabilidad.

     Entonces organicé una gira para ir en su búsqueda (la de los indios conejo), casi con la certeza que no encontraría nada. Muy pronto se agregaron otros valientes aventureros, de esos que me acompañan por la montaña, para vivir algo diferente y respirar en cada sorbo de oxígeno, vida, pura vida. Ellos no sabían que mi verdadera intención era buscar los indios conejo, pero me pareció bueno ir acompañado. Bueno, sin pena, la verdad es que si mi esposa se entera que no voy acompañado, me regaña  y me  castiga de una manera que no me gusta y que prefiero no compartir con ustedes. Bueno, bueno, solo diré que me pone en abstinencia de un placer humano que no voy a describir. Así que siempre voy acompañado y siempre saco fotografías, para probar que estoy acompañado.

     Comenzamos nuestra gira  por  El Pianista, por el sendero que atraviesa la finca de la "Yeya" que antes era del "Fufo". Luego, subimos al filo de la sierra  y después comenzamos a bajar a las montañas de Bocas del Toro. En el camino nos encontramos algunos Ngabes  que iban hacia Boquete. Uno que otro preocupado nos preguntaban si conocíamos bien el camino. Era evidente que les daba temor que a los "zulias" (nosotros) les pasara los mismos que a las europeas. Los calmaba diciéndoles que conocía bien el camino y que ya había viajado muchas veces por allí. La verdad, sólo había ido cuatro veces por esos lugares, pero no quería que se preocuparan. Dormimos la primera noche en  una casa de ngabes, abandonada a la orilla del río Culebra. Luego me enteré, que varias familias ngabes se mudan en la temporada de lluvias hacia Alto Romero, porque allí hicieron una escuela recientemente y por eso encontramos la casa desocupada. Me alegré de saber tan buena noticia.

Área del viaje. Saliendo de Bajo Boquete con rumbo norte hacia Bocas del Toro. Mapa editado de Google maps.


     Al siguiente día comenzamos a caminar por la orilla del misterioso río Culebra. A los dos días de paseo para ellos y de investigación para mí, ya era evidente el cansancio de todos. Los dejé un momento, mientras preparaban la cena y me metí sólo  por un monte espeso que me parecía sospechoso. Iba envalentonado porque llevaba en mis manos un ejemplar del artefacto que hizo célebre a su inventor: Antonov Mijail Kalashnikov. La había obtenido entre las que  abandonaron en un furgón, en Volcán, las fuerzas de Noriega, cuando salieron huyendo, a los gringos, hace ya más de veinte años. Funciona muy bien. Así que me dirigí monte adentro y cuando creí estar lo suficientemente lejos, comencé a llamar a gritos a los indios conejo, una y otra vez: ¡Conejo!, ¡Conejo! De repente todo se nubló, no podía ver mucho más allá de mis manos. Para no perderme decidí quedarme quieto. Cuando comenzó a disminuir la bruma veía, casi en frente mío, una figura semihumana, pero pensé que era mi imaginación y el hecho de que pronto llegaría la noche, que por aquellos lugares, entre cerros y muchos árboles, llega más temprano. 

     Pero allí estaba viéndome fijamente esa figura que entre más se aclaraba la neblina, más fea me parecía. Era un gigantesco indio conejo,  con unos enormes dientes, grandes orejas y el cuerpo pintado como conejo "pintao". Por eso comprendí que era un indio conejo. Mi corazón latía rápidamente y de momento no sabía ni que hacer.  Ni me acordaba que andaba con mi AK47. Cuando reaccioné  ya era demasiado tarde: otros dos indios conejo me sometieron por las manos y me llevaron a la fuerza. 


     Pensé, ¡vaya!, moriré de esta manera, tan lejos y nadie sabrá de mí.  Rápidamente urdí un plan y les gritaba que tenía tuberculosis  y que si  se alimentaban de mi carne se enfermarían. Nuestros indígenas son los que más mueren de esta manera en Panamá, en pleno siglo XXI,  así que mi argumento me pareció creíble. Pero ellos no contestaban nada, ni siquiera parecían escucharme. Por supuesto, con esas orejas, era imposible que no  me escucharan. Me condujeron a un lugar que no era una sorpresa para mi: una cueva. Luego siguieron adentrándose por la misma y me sorprendió que todo estaba iluminado. De las paredes brotaba luz de algo que aparentaba goteras de agua. Eran miles de luces o goteras que iluminaban todo de una manera  suave. Cuando ya habíamos avanzado una hora dentro de la caverna, pude ver una vegetación de hojas amarillas y frutos rojos que nunca antes había visto. Todo esto me pareció maravilloso y por momentos olvidaba que me llevaban hasta allí a la fuerza.

     Llegamos a un salón principal. Tenía estalactitas y estalagmitas que parecían tener esmeraldas y diamantes. Allí había recogidas en cestas, que me parecieron de oro,  las frutas  rojas que había visto en la caverna. De repente sonó como una lámina de lata, golpeada con algo, pero con el sonido más agudo, que si fuese solo lata. Conozco bien el sonido de la lata porque cuando era niño, jugábamos  al escondido cuando se tiraba la lata y me gustaba esconderme muy cerca de una niña bonita del barrio que jugaba con nosotros. Yo me quedaba viéndola y le guiñaba el ojo y ella sonreía: ¡Que emocionante! ¡Ah!, pero no perdamos el hilo que de eso no es que quiero hablarles.  Me di cuenta que si era una lámina redonda y que era de oro.  Tras el tañido, apareció un indio conejo más viejo que los que me habían secuestrado apoyado en un bastón de oro con hermosos relieves y que caminaba lentamente. Era regordete y de cabello entrecano y largo hasta los hombros. Noté como cada vez que su  bastón apoyaba el suelo se escuchaba un sonido muy bajo y subterráneo. Incluso parecía temblar. Se sentó en un trono de oro. Se me quedó viendo,  hizo un ademán y los indios que me secuestraron me sentaron en otra silla de oro, como si fuera un invitado y no alguien al que acababan de raptar. Cuando me soltaron me dieron ganas de darles una patada o por lo menos un mordisco al estilo de Luis Suárez o Mike Tyson, pero me contuve.

     No vi allí ninguna mujer conejo, pero rápidamente comprendí por qué no había ninguna. A mis 56 años, con una barriga grande producto de comer muchos carbohidratos y de una hernia hiatal, debo lucir mucho más simpático, atractivo y seductor que ellos, con esos dientes feroces.  Seguramente no se iban a arriesgar que alguna de ellas se enamorara de mi.  ¡Ah, cuanta satisfacción para mi ego!

     El jefe o suquia, comenzó a hacer movimientos o señales con las manos mientras me veía. La verdad quedé más maravillado todavía, porque me estaba hablando en lenguaje de señas y me pregunté como él sabía que mi hija, que estudia educación especial en la universidad conocida como UDELAS, me había enseñado el lenguaje de señas. ¿Acaso será que los indios conejos nos están espiando, como hace el señor presidente Mentirelli, para enterarse de la vida de nosotros y podernos chantajear? Me pareció eso muy raro. El asunto es que pude comprender que me quería dar un mensaje muy importante.

     Así que presté atención a cada movimiento de sus manos  y a su  rostro. Entre enojado y deprimido me dijo:  "Estoy molesto y enterado de lo que dicen de mi pueblo.  Lo que  están diciendo en las redes sociales,   que somos caníbales y que tenemos que ver con la desaparición de las europeas. Es cierto que fuimos caníbales  hace muchos siglos, pero acaso sus ancestros no lo fueron también. Ahora somos frugívoros, (Lo decía mientras señalaba las frutas rojas). Esta mal, muy mal, que inventen tantas cosas, sin importar el dolor ajeno.  Así que escúchenme muy bien-dijo con movimientos enérgicos- usando nuestras cavernas vamos a encargarnos de todos aquellos que publican historias que nos calumnian  y especialmente de uno que publicó en Taringa con autor  anónimo, pero yo sé  quién es..."

     Cuando recibí el mensaje comprendí que tenía que trasmitirlo y que misteriosamente, ese era el verdadero objetivo de mi viaje.

     Pensé, por suerte no me amenazan a mí, porque no he hecho nada de eso, pero he tenido que mencionar a las europeas en este fragmento de la historia de mi vida y sé que no está bien. Pero el propósito de esta narración es reivindicar, hasta cierto grado, la reputación de los indios conejo y no aprovecharme para nada de la  pérdida de vidas humanas, que también fueron dolorosas para mí, aunque no las conocía.


     Entonces tímidamente, me atreví a preguntarles si me podía ir, a lo que él dijo que si. Viendo que el asunto se había resuelto bastante bien, le dije en señas que si me podía dar un poquito de oro, que era educador y que no nos pagaban como a los educadores en Finlandia, pero que  trabajaba como ellos. El jefe me puso una cara, que para que les cuento, no sé si porque no me creyó o porque no iba a dar su oro así nada más. Le dije que lo olvidara, que estaba bromeando. Entonces me empujaron por una caverna por la que descendí o ascendí, no estoy seguro, a mucha velocidad y en cinco minutos  aparecí, decenas de kilómetros en otro lugar, en el parque Domingo Médica de Bajo Boquete. Era de mañana. Me fui hasta la orilla del río Caldera, en donde vive mi papá, para verlo, ya que siempre se preocupa cuando ando de gira por la montaña. Le  pedí el celular   y llamé a los compañeros de gira hasta Bocas. Les dije que se regresaran y me dijeron que ya venían de regreso, que pensaban que me habían atrapado los indios conejo y que se alegraban que estuviese bien.  

     Bueno, ya yo cumplí con dar el mensaje y estoy vivo. Espero que no sigan publicando mentiras.  Por otro lado, la verdad, no quiero el oro de los indios conejo. Prefiero esperar que me lleguen los trescientos balboas de aumento que nos prometieron. En cuanto a mis viajes y  a los interesados en acompañarme, les informo que voy a esperar bastante tiempo, antes de organizar otra gira,  lejos de Bocas, para no encontrarme a nadie dientudo y orejón.

     ¡Ah! Agradezco a la artista chiricana, egresada del Instituto David, Cheryl Cabrera, por el dibujo hablado que hizo, mejor que los que hacen los detectives de las series policíacas. ¡Gracias Cheryl!

Dedicado a mi madre (q.e.p.d.)  y a su madre (q.e.p.d).