sábado, 13 de agosto de 2016

ANYELÍ Y BRIYIT

Hace muchos años ocurrió un suceso memorable en la parte del mundo denominada Occipital.  Allí había un hermoso país con hermosos bosques, playas, ríos y mares. Aunque tenía desiertos, hasta estos tenían vida. Parecía que la primavera se hubiese posado por siempre allí.Y su gente era maravillosa: gente trabajadora poblada por los descendientes de emigrantes de muchas partes del mundo; eran inventores y producían lo mejor que podían disponer los seres humanos para hacer la vida confortable.  Así pues, nunca se habían visto antes mejores edificios, mejores vestidos, mejores  carruajes, mejores tapices, mejores caballos, mejores quesos, mejores abrigos, mejores joyas, mejores perfumes y tantas otras cosas.   De muchas partes del mundo iban allí personas para visitar el país, ver las maravillas y comprar.  La prosperidad del país se debía en gran medida al comercio permanente. Durante las ferias de dos meses el comercio vivía el máximo esplendor. Pero lo más hermoso, sin duda, era la paz que los antiguos Reyes Sabios habían logrado. Durante muchas décadas el reino no había tenido guerras. Al contrario, Occipital había sido el refugio de personas perseguidas en sus países por sus ideas o por su color de piel. Así que trabajando en paz, las personas del reino enriquecieron y prácticamente no existía la pobreza. Cada quien tenía como vivir la vida dignamente,

En aquellos días  comenzaba el gobierno de un nuevo rey. Era conocido como el Rey Trompeta. Cuando el caminaba hacia el alcázar del palacio sonaba una trompeta que se escuchaba en toda la ciudad capital, seguidamente, por orden suya, sonaban fuegos artificiales y cuando aparecía a la vista, todos desde el lugar en que se encontrasen, debían volver su cara hacia el palacio, permanecer con el rostro inclinado durante un minuto y luego, sin alzar el rostro,  debían aplaudir y dar vítores. Eso le agradaba mucho al rey y siempre que escuchaba el clamor de la gente cerca del palacio se sentía amado.Su sonrisa en el balcón era duradera y este instante lo hacía tener un buen humor matinal. ¡Como me aman!- Se decía a si mismo- y sonreía nuevamente satisfecho.  En verdad, muy pocos lo amaban y más bien le tenían temor.

Pero ese país, aun teniendo un rey frívolo, codicioso y mentiroso seguía siendo hermoso. Y allí, en una ciudad llamada Sol de Primavera,  vivían dos hermosas niñas: Anyelí  y Briyit. Cada una tenía sus propios gustos.  A Anyelí le gustaba leer libros, cuentos de princesas y príncipes y poemas y, a Briyit le gustaba ir a pasear, sin importar a donde la llevasen. Siempre que viajaba se sentía libre y feliz. Así que ha menudo Anyelí le contaba historias de princesas y duendes a Briyit, mientras acompañaba a Briyit en los paseos en el parque o en el pequeño bosque, cerca de las casas de ambas.

En un paseo le preguntó  Anyelí a Briyit: ¿Crees que exista un lugar con príncipes encantados y duendes.-No, claro que no-contestó Briyit.- He viajado mucho y nunca he visto ningún duende y mucho menos príncipes encantados. Anyelí había tenido un sueño y en él. hizo un viaje a un mundo maravilloso con hadas, animales que hablaban y música en el aire maravillosa, indescriptible. Así que aunque apreciaba mucho a su amiga, no le creyó totalmente, porque, por otro lado, algo le había pasado tiempo atrás y no se atrevía a contarlo a nadie, ni siquiera a ella que era su mejor amiga. Apenas dos años antes,  había ido a pasar unos días en la casa de la abuela  y estando allá, justamente en el patio de atrás, escuchó unos sonidos que venían del bosque. Aguzó sus oídos y escuchó claramente  a unos niños jugando. Atraída por el sonido  de los niños, fue hacia allá  y efectivamente, vio a uno niños, de baja estatura, muy alegres  jugando en ronda. Su piel estaba muy bronceada y brillante, sus ojos de un negro profundo,contrastaba con la cabellera marrón-rojiza. Danzaban sin prestar atención a nada externo. Solo danzaban y danzaban y en el ambiente solo se escuchaba las aves cantando y como un pequeño,  y apenas audible, sonido de mariposas en vuelo.  El juego era contagioso y por un momento sintió tentación de unirse a ellos. Uno de los niños pequeños la miró y la invitó a unirse, pero todos los niños estaban desnudos y sintió temor porque no encontraba ninguna explicación para lo que hacían y cómo lo hacían. Así que  salió huyendo del  lugar y buscó refugio con su abuela. -¿Que te pasa muchacha?-Le preguntó su abuela. Ella estaba sudorosa y respiraba agitada. Casi se le podía escuchar su corazón latiendo agitado.  -No sé abuela,-contestó-...vi a unos niños bailando sin ropa allá atrás en el bosque de robles y me invitaron a bailar, pero me dio miedo. La abuela escuchó con atención y se quedó pensativa y le dijo. ¡Niña, ni se te ocurra ir de nuevo por allá; esos son los duendes y te pueden llevar! ¡Además, no se  lo digas a nadie. No te van a creer! Desde esa ocasión, la abuela siempre la acompañaba cuando jugaba afuera de la casa.

Podría decirse que Anyelí y Briyit eran dos niñas, casi adolescentes, felices: No les faltaba nada y eran amadas por sus padres. Las dos ayudaban a sus madres en el hogar y en los negocios de sus respectivas familias. Pero un día cambió todo. Primero el Rey Trompeta, triplicó los impuestos, con lo que muchas familias desmejoraron su nivel de vida. Luego, ocurrió lo peor: El Rey decidió conquistar el  país vecino del sur, porque decía que tenía  muchos ladrones. La verdad era que él quería apoderarse de la mina de oro que recientemente habían encontrado en ese país. Cuando el ejército pasó marchando por Sol de Primavera, Anyelín y Briyit estaban juntas y les gustó mucho como marchaban con uniformes rojos con blanco al ritmo de tambores. Lo más bonito eran los caballos blancos que caminaban de tal modo que también parecían marchar.  Luego, con sucesos posteriores, ambas comprendieron que la guerra no era nada bueno.    Después, el rey ordenó, la invasión de otro país, En esta ocasión, el del Este,  con otra excusa y así una y otra vez. Muy pronto, a pesar de las victorias en la guerra, el país se trocó de rico en  pobre y escaseaba todo, porque la guerra era muy costosa y ya no había visitantes en los comercios del país.  Anyelín y Briyit sufrieron mucho la pérdida de varios familiares en la guerra y asistieron a varios sepelios.

Un día el rey, que también había perdido mucho dinero, decidió que la mejor forma de ahorrar dinero de sus arcas y de recompensar o pagar a sus soldados, era dándoles una mujer del reino. El rey decretó, además que cada hombre podía tener dos o tres mujeres. De esta manera siempre había hombres dispuestos para la guerra y hasta de otros reinos llegaron más soldados a ayudar al rey.  En un país, en que hacía muchos años nadie obligaba a una mujer a unir su vida con un hombre al que no amaba, cada vez más mujeres sufrían este triste destino. Muy pronto se puso de moda las solicitudes de mujeres por pedido. Si un soldado iba a la guerra y mataba a cierto número de enemigos, podía pedir una mujer en especial.  

Un día el alguacil se acercó a la casa de Briyit, que para ese entonces tenía 14 años, he informó por escrito, que en un mes debía estar lista para irse del hogar porque un soldado que estaba en el frente  de guerra la había solicitado. Ella ni siquiera había pensado en conocer un hombre. Le gustaba alguno  que otro chico y alguna vez había pensado que se sentiría el  beso de un muchacho. Pero hasta allí. Nada más.  El soldado que la había solicitado, había sido el carnicero del pueblo. Lo de carnicero no era lo malo, sino que cada fin de semana  estaba borracho y tenía cerca o más de 40 años.

Desde ese día Briyit solo lloraba y nadie la podía consolar. No comía y si comía vomitaba. Pronto adelgazó y se podían ver sus huesos. El cabello de la parte superior de su cabeza se comenzó a caer. Lucía pálida y con los labios rajados.  Solo se pasaba acostada en la cama. Ningún doctor encontró remedio para su mal.  Por más esfuerzo que hacía Anyelí para reanimar a su querida amiga, no lo lograba. Un día, muy temprano, cuando apenas salía el sol fue a visitar Anyelí a Briyit. Se veía muy mal su amiga. Cuando estuvo cerca de ella,  Briyit dijo con la voz muy baja  a Anyelí: ¡Siento que los días y las noches son muy largos y que pronto voy a morir! Anyelí no dijo nada. Solo escuchó  y un rato después salió al jardín de ixoras y agachada comenzó a llorar y a lamentarse por su amiga. Realmente estaba desesperada viendo como su amiga se moría. Y pensó, desde muy adentro de sus ser: ¡Señor ayuda a Briyit a curarse! Comenzó a sollozar. Mientras lloraba las mariposas volaban a su alrededor.  Había muchas mariposas entre las ixoras y una de ellas se acercó y se posó en una lágrima que corría por su mejilla y tomó de ella. En ese momento Anyelín se convirtió en mariposa y al sentirse como mariposa se preguntó: -¿Quién soy?-¿Qué hago aquí? Anyelí no recordaba que había sido humana.


Anyelín, veía las flores brillantes y escuchaba una música parecida a un vals. Un turururán turururán  tutu tutu, lento, dulce y armónico, se escuchaba en el ambiente. Sentía además, fuerzas irresistibles que la hacían que se uniera a lo que veía, una danza armónica en que los mosaicos eran las flores de colores irresistibles y así danzaba y danzaban todas las mariposas de flor en flor.  Era sensacional el vals, se sentía dulce y agradable participar en él. Nunca antes sintió Anyelí un placer tan extraordinario. Pero de repente cesó la música y se dio cuenta que unas mariposas la observaban. Lucían intrigadas y una de ellas, con voz cadenciosa preguntó:
-¿De dónde vienes y hacia dónde vas? ¿Cómo te llamas, cómo estás? Inmediatamente se escuchó un murmullo entre las mariposas sorprendidas por tan hermosas palabras y guardaron silencio, esperando la respuesta con ojos vivaces. Anyelín lució momentáneamente desconcertada. No recordaba bien quien era  sintió que con la esas preguntas rimadas y la voz cadenciosa la querían humillar. Muy adentro en su cabeza escuchó...Anyelí..Anyelí.., Pero decidió contestar que no sabía quien era. En la cara se veía lo que iba a decir y entonces una mariposa, sin que las otras se dieran cuenta, le dijo que no. Entendió que no debía decir lo que iba a decir y entonces la misma mariposa de forma encubierta la instó a hablar delicadamente. Entonces ella dijo con voz también cadenciosa:-Anyelín me llamo, bien estoy. De atrás vengo y adelante voy. Se escuchó un murmullo de aprobación entre las mariposas y todas sonrieron.

Invitaron a Anyelín a visitar a la reina mariposa  y escoltada por ellas viajaron a su encuentro. Volaron y llegaron a un lugar  a la orilla de un arroyo, donde sobresalían varías rocas blanquecinas y puntiagudas. En la más alta estaba la reina y en las otras se hicieron las demás mariposas. Ante la reina, una mariposa dijo: Reina, aquí está Anyelín, de hermosas palabras y de hermoso andar,  y que cuando contesta, parece cantar. Se escuchó un murmullo nuevamente entre las mariposas. Era evidente que le gustaban esa forma especial de hablar.  La reina mariposa guardó silencio. Observó bien a Anyelín y pensó en qué hacer pues no conocía a ninguna Anyelín en su reino. Entonces dijo con voz solemne:- Anyelín, de mi reino ciertamente no es, pero la ley  y la cortesía dicen que bienvenida es.  Se escuchó otra vez la algarabía entre las mariposas y la reina le asignó una mariposa guía por el reino: Cascabel.

 A Anyelín la llevaron a pasear por el reino bajo el cuidado de Cascabel. Conoció diversos tipos de flores y para que servían  cada una de ellas. Sintió los sabores de los néctares y pensó que no había en el universo un lugar mejor. Justo cuando pensó esto, se preguntó: -¿Pero de dónde vengo yo? ¿Qué hago aquí? La noche llegó y en su mente resonaban una y otra vez las mismas preguntas.

Cuando amaneció estaba triste y la tristeza no es común en el mundo de las mariposas. Cascabel, su guía, le preguntó: -¿Qué te ocurre Anyelí? Ella se quedó pensativa y dijo:-Anoche soñé que alguien me necesita. Casi podía ver su rostro, pero no era de mariposa... era de un ser humano. Estaba desesperada y parece que va a morir si no voy. Por eso estoy triste-agregó-no sé como ir. Su guía le dijo entonce: Ven vamos a ver a Mariposa Mayor. Ella quizás pueda ayudarnos. Así la guía llevó a Anyelín ante Mariposa Mayor.  Ella ya casi no volaba y  usaba gruesos lentes, que hacían que sus ojos se vieran enormes y sus alas estaban llenas de cicatrices, pero vivía cerca de un árbol de guayaba y de los frutos caídos obtenía su alimento sin hacer mucho esfuerzo.

Mariposa Mayor escuchó los relatos de Cascabel y Anyelí. Le pareció Anyelí una mariposa muy especial y luego dijo lo que pensaba: -Ocurre muy pocas veces, pero ha ocurrido ahora; no es casualidad que estés aquí en este día y esta hora y que una niña tiene que ser de su amiga, salvadora; tienes que irte de esta tierra encantadora, para llevar esperanza y remedio, niña de la aurora.

Mariposa mayor buscó en unos frascos granos de polen de antiguas flores y se los dio a Anyelí, colocando los granos en una chácara hecha de hilo de telaraña y se la colocó en el cuello. Le embarró un aceite de flores en el cuerpo y seguidamente le dijo: - toma de este líquido. Anyelín le preguntó que qué era ese líquido. Mariposa mayor contestó: -El polen en la boca de la niña has de poner y cuando tomes lágrima de mariposa, a tu tierra has de  volver; y el aceite de flores con ropa de mariposa te va a envolver.

Tomó Anyelín el líquido e inmediatamente se convirtió en la niña Anyelí. Estaba cubierta con tela que parecía alas de mariposa, lucía hermosa y se puso feliz. En su cuello estaba la chácara y corrió a la casa de  Briyit. Estaba viva y le dijo antes de que Anyelí hiciese o dijese algo. ¡La guerra terminó, el rey murió!  A que bueno, dijo Anyelí e inmediatamente colocó el polen en su boca...y le dijo tómalo sin preguntar. -Es dulce-dijo Briyit. Al día siguiente, Briyit espero en la escalera de la entrada a su amiga. Briyit se veía mejor, tanto que aunque delgada lucía radiante. Preguntó Briyit: ¿Que me me diste y de dónde lo trajiste? Contestó Anyelín. Oh amiga, viaje cerca pero lejos, en el país que no creerás estuve, pero el remedio  que traje, te ha tornado en Querube. Anyelín se sorprendió de hablar así y luego sonrío: Su amiga se había salvado.


Agradezco al artista dominicano Timoteo Rafael Cedeño Estevez por su hermosa fotografía y al bardo Rubén por la licencia de sus palabras.  Dedicado a mi nieta y a mi hermana ( la de ojos amarillos).

Ojalá que un día en América realmente vivamos en plena democracia, cimentada en la libertad inherente a todo ser humano, con justicia social y que los líderes no sean mitómanos y lumpen envuelto en las mantas de la democracia, enquistados en el poder para vivir como sanguijuelas, de la patria y de sus compatriotas. Que sean los primeros en practicar la tolerancia y el respeto hacia todos los seres humanos, teniendo presente que un hombre no es hombre si no  piensa y si no disiente de si mismo y de los demás.







domingo, 3 de agosto de 2014

La increíble historia de Deysi




     Hurgando entre los papeles viejos de mi difunta abuela encontré una historia de un tío, hermano de ella,  fallecido hace poco tiempo. Él le escribía a menudo cartas a mi abuela, incluso desde que estaba en  Brasil estudiando medicina. Luego, cuando fue nombrado, trabajó en varios lugares de Panamá y continuó con su hábito de escribirle cartas a mi abuela.  Entre  todos estos papeles había uno singular que no era una carta.  Luce añejo el color del papel, entre amarillo y café,  por el tiempo que tiene de guardado y también tiene algunas manchas que dificultan su lectura. Despide ese olor característico del papel viejo y una sensación de fragmentos diminutos en las yemas de los dedos; pero, conserva una letra a mano, rara para un doctor en medicina,  legible y hermosa, como las que ya casi no existen. Mi abuela me heredó sus papeles viejos y he leído varias veces esta historia porque me gustó. Generalmente leo y releo los textos que me agradan. Deseo compartir esta historia  con ustedes.  Se las  transcribo fidedignamente:

     "Al escribir estas palabras, cuando mi vida ya se encuentra en el ocaso, me pregunto si alguien alguna vez las leerá, pero me respondo que no es importante porque en este momento me sirven para entretenerme y con eso basta. Además, sé que ocurrió lo que relato aquí. Siempre he sentido predilección por los cuentos de la campiña y por las leyendas urbanas. Aún sabiendo que no son ciertas, a menudo, cuando era más joven, escuchaba estas narraciones. Por otro lado, he sido testigo, en el ejercicio de mi profesión, de muchas experiencias raras. En una ocasión un paciente, Neftalí Vega, decía que había alguien mirándolo  desde la parte de afuera de  la ventana del segundo piso del hospital. No vi a nadie y no creo que alguien  pueda flotar en el aire y mucho menos a esa altura. Lo increíble es que él estaba absolutamente convencido y totalmente lúcido. Había que ver como afirmaba que allí había alguien. Describió su piel, su barba, sus ojos y su ropa. Ese día el paciente tenía salida del hospital.  Luego, una enfermera, Mixela Ríos,  me comentó que no era la primera vez que alguien veía en el hospital a alguien con esos rasgos. Hay tantas historias fantásticas, pero no hay nada mejor como cuando una historia es real.  Ahora, en mi vejez, recuerdo aquel acontecimiento ocurrido en la vida de Deysi.

     "Ella vivía en la comarca Ngabe-Buglé, aunque en ese entonces no existía como comarca. La conocí como lactante mayor. Yo trabajaba en el viejo Hospital José Domingo de Obaldía. Venía cargada en brazos de su madre, más muerta que viva. Presentaba un cuadro clínico típico de los niños de su etnia: gastroenterítis. En Panamá, la más alta mortalidad infantil se da por esta patología y las estadísticas nos dicen que en los niños de los pueblos originarios es en donde se presenta  con mayor incidencia. Me preguntaba, al verla, si sería una víctima más, un número más, una defunción más. Sus heces acuosas lucían sanguinolentas. Sus ojos estaban  vidriosos y sus labios resecos, cuarteados, con escamas de piel muerta. Su fiebre alta era la que me decía que aún vivía, pero que a su vez conspiraba contra su vida.

     "¿Cuál es tu nombre y el  de la niña?- le pregunté a la madre, minutos antes.
-Yo llamarme Doris Bejarano y mi hija  llamarse Deysi Montezuma. -Me contestó.
Debería ser tolerante, pero sin saber por qué, no me gustaba esa forma de hablar, ese acento indígena. Proseguí interrogándola sin demostrar mi desagrado.
-¿De dónde vienes? -Yo venire de Besikó en la comarca-contestó una vez más.
-¿En dónde está su padre, cuidando tus otros hijos?- No "dotore", mi marido morirse en una pelea borracho,  el año pasado.

     "Recordé por instantes mi niñez, en Boquete, la tierra del café y las flores. Desde el mes de octubre el pueblo recibe la inmigración de cientos de miembros del pueblo del que es miembro Deysi. Tienen el propósito de participar en  la cosecha del café, reunir dinero para el siguiente año y comprar abastos. Cada fin de semana el espectáculo es el mismo, con diferentes personajes. Bajo el efecto de bebidas espirituosas ocurren peleas callejeras brutales,  en cada esquina del pueblo, con  sus consecuencias: moretones en diversas partes el cuerpo, ojos cerrados por la hinchazón, manos raspadas, chichones en la cabeza, labios rotos,  espacios sanguinolentos en los maxilares por la ausencia  de dientes. Siento vergüenza de mi mismo por haber tenido entre mis pasatiempos  ver estos espectáculos durante algún tiempo de mi adolescencia.

     "¿Y con quien dejaste a tus otros hijos? Le dije, suponiendo que debería tener más hijos.
-Mis otros dos hijos también murieron. Uno se murió de tuberculosis y otro de  diarrea.
La muerte ronda a las familias ngabes, pero no había encontrado hasta ese momento una persona con tantos muertos, en lo que llamaría un suspiro de la vida por enfermedades prevenibles y curables. No quise verla a los ojos de momento y sin alzar la cabeza, le volví a preguntar, más que nada por curiosidad:
-¿Qué edad tenían?-
-Uno tenía dos años y el otro cuatro-contestó.

     "Ordené la hospitalización de Deysi en cuidados intensivos, pero la madre había venido muy tarde. Pronto se encendió el botón rojo que me anunciaba que algo estaba mal en la sala  4.  En el plazo de dos horas disminuyeron sus signos vitales hasta que no se le sentía nada. Había fallecido. Hice lo que pude. Me extremé en el uso de la RCP.  Luché contra la muerte por varios minutos, que parecieron horas, hasta que acepté su fallecimiento.  No hay nada que hacer: ¡Está muerta!, dije. Cuando me dí por vencido, la madre, que estaba cerca, daba alaridos en su idioma natal. Supongo que se acordaba de todos sus muertos. Aunque  esté acostumbrado al acecho, a la presencia de la muerte, cada semana en el  nosocomio, resulta difícil escuchar a quién ha perdido un ser querido. Pero, de repente una enfermera me dijo: ¡Está respirando! Solo dije: ¿Deysi? Me acerqué y constaté que sus signos vitales se habían restablecido. La verdad, no lo podía creer. Es increíble como ese "bichito" feo podía aferrarse a la vida. Me quedé un rato a su lado y luego volví a mi rutina diaria. En la noche soñé con ella. Tenía más años, pero sabía que era ella. Me agarraba de la mano y me llevaba a un jardín en donde había mariposas. No soy el tipo de personas que sueña  escenas que recuerde después. Pero ese sueño aún lo recuerdo vívidamente.

     "Algo tenía de especial esa niña, que me llamó la atención. Si me preguntasen qué exactamente, no sabría responder. Hice todo lo que un buen galeno puede hacer y algo más. Ese más, para que sea bien descriptivo, es la atención que brindan mis colegas en sus clínicas y hospitales privados. ¡Ah!, dirán que solo quiero criticar y que seguramente yo hacía lo mismo. Pues sí tenía mi clínica, pero he tratado de atender a mis pacientes de la misma manera, sin importar su riqueza o su pobreza, o su origen étnico, aunque se que es difícil y sé que habrá quien no me crea.  Mi profesión no la he tenido únicamente para volverme rico, sino para servir con agrado. De hecho, no soy rico pero he vivido feliz.

    "Deysi  se estabilizó como una semana después. Realmente había estado afectada por una amebiasis. A los quince días ya podía dejar el hospital, pero la dejé una semana más para que se alimentara mejor y saliera más fortalecida.  En el transcurso de su estadía obligada pasó de tenerme miedo a jugar el escondido conmigo. Sus risotadas inundaban el espacio en un lugar en que el llanto es común, pintando el ambiente de un color agradable. Le hice varias recomendaciones a la mamá de Deysi acerca del cuidado en la preparación de los alimentos y el agua que consumían. Regresó a su  lugar de origen en el distrito comarcal de Besikó.

     "A quien lea estas palabras alguna vez, si es que lo hay,  quiero explicar algo relacionado con el apellido  de Deysi:  Montezuma. Ese es uno de los cuatro apellidos originarios que conozco. Los otros tres que recuerdo son: Tugrí, Sire  y Venado. La verdad, no estoy seguro que los tres últimos apellidos sean originarios. Pero el apellido Montezuma, el apellido de Deysi, si es autóctono, aunque recuerda a una persona muy importante que no era ngabe: Me refiero al emperador de la civilización azteca, Moctezuma. Así que mi pequeña paciente tiene o tenía apellido real aunque no creo que también sangre real. No imagino a Moctezuma paseándose por estos lares y conviviendo con los ancestros de  Deysi. Estoy seguro que tenía mucho que hacer en Tenochtitlán.

     "Habrá quien dude de que el apellido tiene  vínculos con ese ilustre gobernante. ¡Claro!- Los aztecas, allá lejos, nada han tenido que ver con los pueblos originarios de Panamá.-Dirán quienes no estén de acuerdo conmigo. Para mí, no hay ninguna duda. Hace mucho tiempo leí que le decían "seguas" o "siguas" a los mexicanos o aztecas ubicados en la isla Colón, en Bocas del Toro, en el mismo tiempo en que llegaban los españoles a América. Tenían un jefe o señor, de nombre Ixtolín, cuya misión era recolectar impuestos, entre los pueblos originarios del espacio geográfico en que hoy se encuentran las provincias de Bocas del Toro y Chiriquí. En una ocasión, en que dormí en  una vivienda de una familia naso, en Bocas del Toro, observé como una niña me miraba, justo en el momento que comenzaba a dormirme. Me encontraba en una cómoda hamaca y estaba muy cansado después de caminar todo el día desde Guabito hasta Sieyik. La vi con los ojos semiabiertos y fingí que ya estaba totalmente dormido. De todos modos, no creo que hayan pasado más de 10 minutos entre ese momento y el estar totalmente dormido. Era obvio que ella tenia mucha curiosidad. Me miraba y me remiraba. Luego, escuché claramente como la niña me llamaba "sigua". Al día siguiente inquirí a los padres acerca de lo que había dicho la niña diciéndole la única palabra que había entendido: sigua. El padre, de nombre Rodolfo Berchi, sonríó y me dijo que ella había dicho que el extraño se estaba durmiendo. Me sorprendió saber que 500 años después, la palabra tiene exactamente el mismo significado y que me trataban con el mismo nombre que tenían los miembros de las colonias militares aztecas en Panamá.

     "Durante dos años no supe más de Deysi, hasta que su madre se presentó con ella, a mí clínica.
-Dotore, lo estaba buscando. -Me dijo la madre, sorprendiéndome por haberme encontrado.
-¿Cómo me encontraste? -Le respondí.
-Fuí al hospital  y allá pregunté por ti y una enfermera que llamarse Rosita  me dijo que te podía encontrar aquí.
Ya yo no trabajaba en el hospital, pero la mamá de Deysi encontró una enfermera que si podía hablar de mí. De hecho vivía en ese entonces cerca de mi casa. Su esposo, Osvaldo, fue mi compañero de clases en el colegio. De vez en cuando Rosita pasaba en su carro y hacia sonar el pito de su automóvil saludando, mientras yo estaba descamisado haciendo alguna faena en el patio de mi casa.
Observé a Deysi y la reconocí al instante. Lucía un tanto tímida, pero a simple vista se veía saludable. Así qué le pregunté:
-¿Qué deseas, qué haces por aquí?
- Dotore, yo venire hasta acá para pedirle que sea el padrino en el bautizo de mi hija.
Supongo que la cara de asombro ante tal solicitud se me notó. No esperaba que me pidieran algo así. De hecho, no he aceptado ser padrino en otras ocasiones por mis creencias acerca de Dios y las religiones. Pero esta era una situación diferente y especial. Imaginé los kilómetros que tuvo que haber caminado esa madre por caminos lodosos, llenos de rocas, las quebradas o ríos que cruzó, para venir hasta la ciudad de David  y hablar conmigo. Además, pagar el pasaje en bus hasta David, ida y vuelta. Me estaba haciendo un honor y no tenía fuerzas para decirle que no.
-Ummm. Está bien. ¿Qué tengo que hacer?, ¿Dónde es el bautizo?-Le pregunté.
-Bautizo ser el  domingo 27. Ahora vivo en Hato Dupí y bautizo ser allá en la iglesia, a las 10 de la mañana. Un hermano mío de nombre Felipe te esperará con un caballo en la entrada del camino en San Félix, cerca de la terminal, a las seis de la mañana.- Respondió.
-Está bien, allá estaré.- Le respondí.

     "Luego estuve hablando con su madre de diversos temas. Antes de irse, fui al refrigerador y le ofrecí a Deysi una manzana. No la tomó, se pegó al cuerpo de su madre. Entonces intenté darle unos confites envueltos en papeles de colores. Al estirar mi mano se notaba que quería tomarlos. Tómalos-le dije-, pero no se atrevía. Tómalos le dijo su madre y estiró la mano tímidamente y le coloqué uno a uno cinco confites. Con el primer confite en su mano la retiró rápidamente, pero al ver que había más confites entonces dejó su mano estirada. Cuando los tuvo en su mano me miró y sonrió.

     "Durante la semana estuve preparándome para el viaje. Viajé  hasta San Félix y pregunté exactamente la ruta que debía seguir. También encontré un lugar en donde dejar mi automóvil  guardado mientras hacía el viaje. Luego, regresé a casa y comencé a prepararme para el viaje, comprando lo más esencial.

     "El día indicado, a la hora señalada,  en el lugar propuesto, estaba dispuesto a hacer el viaje. Ya me esperaba un jinete con un caballo adicional: el que usaría yo. Se acercó Felipe y le dije:
-Tú eres Felipe Bejarano-Se quedó pensando un momento y luego contestó- Si soy Felipe, pero no Bejarano, sino Hernández.
"No quise preguntar por qué tenía un apellido diferente al de su hermana. Acomodé algunos objetos que traía en dos sacos de henequén en las ancas del caballo. Felipe, diligentemente,  me ayudó a acomodar y amarrar los sacos. Luego, intenté subirme al caballo y digo intenté, porque la primera vez que lo hice relinchó el caballo y el sonido me hizo pensar que me haría algo, no sabiendo si subir o bajar y en el enredo me caí al suelo.  Felipe, me observó y se le notaba en la cara la mezcla de ir ayudarme o el reírse de mi.  Pensé, ¡Ojalá lo tuviera en el cuarto de donación de sangre del hospital, para ver si se va a reír! En una ocasión, en el cuarto de donación de sangre,  un muchacho ngabe fue a donar sangre para un pariente y se le notaba nervioso. Cuando vio la aguja que le iban a colocar para succionar su sangre, abrió los ojos notándose el terror. Creo que si hubiese visto al mismo Vlad Tepes, no hubiese sentido tanto miedo. En esa ocasión el que casi se ríe fui yo. La segunda vez que intenté subirme al caballo tampoco pude hacerlo. El caballo se movió y casi me caigo de nuevo. Pensé, mejor no voy. Peor me sentí porque en esta ocasión Felipe si se río. Aún riéndose, bajó de su caballo, tomó la parte alta de la jáquima, regañó el animal y esta vez si pude subirme.

     "Me sentí más tranquilo y comenzamos a caminar, mejor dicho, los caballos comenzaron a caminar por la ruta que indicaba Felipe. Rápidamente, él tomó la delantera  y  apuró su caballo con el rejo, para ir más rápido. Caminamos por un camino pedregoso y lodoso, un charco por aquí y otro por allá, entre potreros  primero y luego por islas de selvas mezcladas con uno que otro siembro y  potreros. El olor del lodo, la hierba húmeda y el sudor del caballo llegaba a mi nariz, poniéndole un matiz especial a este viaje.  Eran olores extraños a los que no estaba acostumbrado. Al rato ya no soportaba ir a esa velocidad montado en el caballo. En la bajada de una loma iba frenando y echando para atrás porque sentía que me iba a caer del caballo, de frente. Ese "brincoteo" en la silla, la sensación de que me podía caer y la forma en que se movían los líquidos en mi estómago, después de una hora de viaje,  no me agradaba nada. Detuve la velocidad de mi caballo y cuando lo hice, Felipe también detuvo la velocidad del suyo. Se sentó medio de lado en su silla y de esa manera podía fisgonear y advertir qué hacía y en dónde me encontraba. El paso del río fue toda una proeza. A cada paso del caballo, pensé que caería al río. Finalmente lo atravesamos y una hora después llegamos a Hato Dupí. Me sentí bien de haber hecho semejante proeza aunque mi acompañante y guía, lucía sonreído y más fresco que una lechuga recién cosechada.

     "Me sentía con dolor en las asentaderas, la parte interna y alta de los muslos y caminaba "despatillado". Felipe volvió a reírse, pero lo ignoré y fingí que no lo escuchaba. También lo  vi y escuché a media distancia, hablando con sus coterráneos y todos se rieron con ganas. Seguramente se reían de mí. Para colmo de males, cuando iba caminando hacia la iglesia en donde ocurriría el bautizo, absorto viendo las viviendas indígenas: ranchos con techo cubiertos de hoja y paredes de bambú, sentí que pisé algo suave. Cuando vi me di cuenta que era una bosta de vaca fresca, verde y pestilente, aunque no tanto como las excretas humanas. Me ensucié el zapato, la media  y la basta del pantalón del pié derecho. Seguidamente, se me salieron unas cuantas palabras gruesas y  no me quedó más que irme a limpiar a la quebrada. Me imagino cuanto se habrán reído de mí la parentela de Deysi y sus vecinos.

     "Me arreglé lo mejor que pude y luego Felipe me vino a buscar de nuevo. Lo seguí y llegué a la iglesia. Tenía curiosidad por saber como era esa iglesia. ¿Tendría la forma clásica  de una iglesia católica de un lugar rural con un techo alto a dos aguas? ¿Tendrían estatuas de manufactura humana? La iglesia no era como la imaginaba: Era una choza grande, con techo de paja,  de forma redondeada, piso de tierra y paredes de bambú. No había ningún lujo. Únicamente asientos colocados en forma circular hechos con troncos redondos colocados horizontalmente  y sostenidos por otros dos troncos menores clavados en el suelo.

     "Allí la mamá de Deysi me presentó a la que se convertiría en la madrina. Una indígena jóven que luego me enteré estudiaba para maestra, en el último año de la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena. Su nombre, Anayansi Quiróz, me trajo muchos recuerdos.  Cuando estaba en la escuela tuve una compañera con ese mismo nombre y apellido. Era bonita pero tenía una debilidad. Se enojaba cuando le decía con palabras en que con ritmo mezclaba verso, canto y marcha, al decir: "Anayansi Quiróz, Anayansi Quiróz, alza la pata y revuelve el arroz; Anayansi Quiróz, Anayansi Quiróz, alza la pata y revuelve el arroz". Eran palabras mágicas pues  Ana se transformaba, se ponía de mal humor y me correteaba entre las sillas para pegarme. La verdad, me divertía mucho. Dejé de molestarla, poco a poco,  cuando me di cuenta que sus pechos estaban creciendo y la cadera adquiría una forma, una forma...bueno, esa forma. Pero mis recuerdos no acababan allí. Recién publicada la novela histórica "El tesoro del Dabaibe", la leí y se grabó en mi mente el nombre de la concubina de Balboa, solo para descubrir años más tarde, que el nombre no era real o al menos  que no está descrito o adjudicado ese nombre para la hija de Careta en ninguna de las crónicas o documentos españoles de la época de la conquista. Aún así, el nombre si es americano y hasta me parece de origen chibcha, por lo que sería un nombre bastante lógico para ella (para la hija de Careta) y tengo que reconocer el mérito y acierto de Octavio Méndez Pereira, al distinguirla en su obra con este nombre.

     "Inició la ceremonia y no la presidió un sacerdote católico. Era un indígena  que se situó en el medio del círculo de sillas y comenzó a hablar. No entendía casi nada de lo que decía. En su sermón o prédica incluía de vez en cuando palabras  y nombres, entre ellos el mío,  en español. Pude observar que el sacerdote, ministro o pastor, no usaba ningún libro. Sólo hablaba y hablaba y tuve la sensación que contaba una historia. Estaba convencido de lo que decía y disfrutaba el decirlo. Aunque puedo estar equivocado, diría que hablaba de los mandamientos de Dios. Al final me llamó  el guía espiritual y me dijo que sostuviese a Daysi en el aire, boca arriba, con mis brazos  y la ayuda de la madrina y al hacerlo, el tomó agua de una tinaja con una totuma y la derramó sobre su frente  dejando deslizar el agua lentamente mientras pronunciaba unas palabras con un acento de cántico ancestral. Luego derramó agua sobre mi cabeza también, mientras decía sus palabras y pensé: ¡Vaya, una innovación!

     "Terminó la ceremonia y Doris Bejarano me dijo:
-Venire a mi casa dotore.
-No quiero demorarme más. Debo regresar  a mi casa-le respondí, pues ya era el mediodía.
-No preocuparse dotore, será solo un momento.
La acompañé hasta su casa y tuve el placer de llevar a Deysi de mi mano y se dejaba llevar sin oponer resistencia, dócilmente. Estaba  vestida Deysi con una hermosa enagua larga hasta los tobillos de color roja con aplicaciones de tela de forma triangular en color azul, amarillo y blanco. El cabello bien peinado aunque maltratado  por el sol,  el polvo y el humo. En la casa conversé con Doris acerca de la ceremonia. Le pregunté específicamente por la biblia, porque su ausencia me había llamado la atención, a pesar de mis ideas acerca de Dios y las religiones. Me explicó que su iglesia se llamaba Mamatata o también Mamachí. El pastor se llamaba Edil  y era oriundo de Besigó o Besikó. Que hacía algunos años a Delia Bejarano, que no era familia suya, había tenido una visión.  Que Delia también era conocida con el nombre de Besigó y por eso, ese lugar se llamaba así. Besigó es pues un nombre ancestral. Pocos ngabes usan nombres ancestrales. Que  la visión fue precedida por unos sueños en que Jesús le decía que le tenía una misión. Después, con gran estruendo, más que el que produce un avión, una nave le apareció a Delia y de ella bajaron Jesús y su madre. Jesús le presentó a Delia,  su madre, diciéndole: esta es mi madre. Luego Jesús le dijo que él también  había prometido traer la salvación a los ngabes y que ella tenía la responsabilidad de lograr que los ngabes tuviesen una conducta agradable a los ojos de Dios. Por eso, en esta población no se tomaba bebidas alcohólicas ni se participaba en  la balsería ni en la clarida. Desde esa fecha surgió esta nueva iglesia que cada vez tiene más seguidores en la comarca.

     "Hacía tiempo había escuchado acerca de esta iglesia autóctona, aunque en el fondo no es más que un sincretismo cultural, como tantos que hay en el mundo. Me senté en una de las sillas disponibles. Troncos redondos cortados con sierra parados en el piso, que resultaban relativamente cómodos. Podía ver las camas hechas de bambú por todos lados y no sé como se podía dormir allí.  Doris me servía algo de comer  mientras que Deysi jugaba con sus tías, hermanas menores de Doris y que ese día se encontraban allí: Yiani y Yina. Yiani también jugaba con una gata blanca y regordeta. En la cocina observaba sólo arroz blanco en la paila, pero cuando revolvió el arroz pude ver pedazos de ají  y que había un pollo cocido en él. ¡Vaya, que forma más peculiar de hacer arroz con pollo!-Pensé.  Doris desmembró un muslo  y lo puso en una totuma grande con el arroz. La cuchara también también estaba hecha de la cáscara del calabazo. Comencé a comer y pues, no me pareció mal. El arroz y el pollo con buen sabor, aunque muy bajo de sal. Algo distinto fue cuando me pusieron la chicha. Era de maíz, la que menos quería. Cuando era niño había escuchado que para fermentar el maíz unas indias, con los dientes con caries, debían masticar unos cuantos granos y luego escupir  en la chicha. No estoy muy seguro que esto sea verdad, pero sólo de imaginarlo me era difícil siquiera pensar en tomarla. Además, me recordé del caso de Deysi, años atrás y su infección. ¿De dónde tomará el agua? ¿Y ahora que hago?-me preguntaba- Doris pareció adivinar mis aflicciones mentales cuando me dijo:
-El gobierno construyó acueducto y niños ya no darle tanta diarrea.
Las hermanas de Doris, Yiani y Yina,  me observaban con atención para ver si tomaba la chicha. Se les veía en la cara que querían reírse. Me dí valor a mí mismo y probé un poco. Me pareció un poco babosa y poco agradable, pero disimulé para que las hermanas de Doris no notarán ninguna expresión. No estaba fuerte y entonces recordé que en esa comunidad no hacían chicha fuerte o con grado de alcohol. Tenía que darme más valor y fue cuando recordé que de niño mi madre me obligaba a ingerir aceite de ricino con polvo de ruda macho para aprovechar sus cualidades vermífugas y sacarme las lombrices. ¡Guácala, eso si sabía malo de verdad! Solo de recordarlo tuve el valor para tomar la chicha e ingerirla toda sin respirar. Seguí con cara de:¡Aquí no ha pasado nada!, cuando escuché:
-¡Quiere más chicha?-preguntó Doris, mientra Yiani y Yina me miraban fijamente.
-No gracias, ya es suficiente-respondí rápidamente y medio sonreído.

     "Antes de irme llamé a Deysi. Ella vino hacia mí. Le regalé  confites, un collar de oro que yo mismo le coloqué, una "bincha" y B/. 20.00. Ella sonrió y su mamá también. Le dí mis mejores deseos a Deysi y un beso y ella me besó también. Emprendí el viaje de vuelta en el mismo caballo y con el mismo guía. Ahora todas las sensaciones, todo el sufrimiento de andar a caballo, se multiplicó por dos. Me bajé varias veces del caballo, porque no aguantaba ir montado, pero rápidamente quedaba cansado subiendo esas lomas. Así un rato caminando y otro a caballo, llegué a San Félix, me despedí de Felipe y regresé a David. Al día siguiente no fui a trabajar y ese día me dije que no regresaría a la comarca ni en avión.

     "Sin embargo, antes del año regresé a ver a Deysi. Fui a pie, solo y sin avisar. Me preparé haciendo bastante ejercicio. Corría todos los días  y usaba bicicleta antes que el automóvil. Fui a subir un par de cerros y me di cuenta que no me cansaba tanto. Además, desapareció la adiposidad de mi vientre. No es por nada, pero me veía bien atractivo. Al menos eso creía yo. Además llevaba unos regalos para ella. Los ngabes que veía en el camino se sorprendían de verme por ahí. Cuando llegué el  día estaba iluminado con un buen sol. Vi a Deysi jugando y ella no me vio. Me pareció que hablaba sola y daba vueltas en una planta de flor salvaje que recuerdo muy bien que existían en la casa de mi abuela, aunque de un color diferente. Produce una inflorescencia compuesta de muchas flores diminutas y hermosas, juntas todas  como un  pomo en el cual se mezclan varios colores, de forma ordenada. En algún folleto he visto que se llama lantana pero mi abuela la llamaba pasaruíz. Deysi daba vueltas a la planta, se detenía un momento y hablaba; para luego volver a hacer lo mismo; estaba tan entretenida que no me vio. Saludando desde la puerta Doris se sorprendió de verme.
-Dotore-dijo con voz de sorpresa.
-Vine a verte  y a ver a Deysi-Le respondí.
-Daysi está jugando.  Ya la llamo-agregó ella.
-Deysi, Deysi, ven que tu padrino te vino a ver-gritó desde la puerta trasera.
Deysi llegó rauda a la casa y se quedó en la puerta viéndome indecisa, pero se notaba que me conocía. Le sonreí y le dije que viniese que le había traído algo para ella. Se acercó y le entregué una bolsa llena de juguetes. Ella abrió la bolsa y sus ojos se abrieron desmesuradamente cuando sacó el primer juguete: una muñeca. Sonrío y sus ojos brillaban. Luego sacó otro y sonrío nuevamente: quería reírse. Pero luego, cuando sacó el tercero, faltando aún varios en la bolsa, su rostro se transformó. Tenía en su mano un carrito, una ambulancia que solo con tocarla sonaba la sirena. Creí que se había asustado un poco cuando la ambulancia empezó a sonar. Comenzó a llorar y a llorar y de verla me sentía culpable. Veía a los juguetes en la bolsa y a su mamá mientras lloraba. Le salían mocos abundantes por sus fosas nasales. No sabía que había hecho mal. Su mamá le habló en su lengua madre, ngabere, entre regaño y consejo. Deysi se fue calmando, y luego sacó los demás juguetes. Ya sólo sonreía. No se que pasaba por la mente de Deysi. ¿Será que sentía que no merecía tanto? ¿Será que cree que el destino de su etnia es estar subyugada? ¿Será que ya acepta lo que nosotros decimos: que son vagos, borrachos y buenos para nada?
     "En silencio me hice más preguntas y reflexionaba: ¿Será que no sabe que somos nosotros los descendientes de aquellos que les quitaron todos sus bienes materiales hace más de 500 años? A menudo, cuando se habla del 12 de octubre leo artículos que entre otras cosas afirman: "lo que nos hicieron los españoles..."¡Por favor!, como si fuésemos nosotros indígenas. Se muy bien que la mayoría de los panameños tenemos sangre indígena, pero también europea y africana. Para los indígenas no somos indígenas y tienen razón. ¡Cuantas críticas hay por los programas estatales que les brindan ayuda! Pero, por qué, si queremos ser justos, comenzamos por devolverles las tierras en que vivían. No creo que haya muchos animados a hacerlo, lamentablemente, ni siquiera yo. Entonces, que no critiquen lo poco que se les da.

     "Deysi jugó mucho con sus juguetes. Pensé  que jugaría más con las muñecas, pero no fue así. Le gustó más la ambulancia. Se quedó viéndome y me dijo: "cuando sea grande te voy a ayudar en la ambulancia". Me sonreí y le dije que esperaba que cumpliese su palabra. Cuando sea grande ella, pensé, ya estaré muy cerca de mi jubilación. Más tarde me tomó de la mano y me dijo ven. Me llevó al patio trasero y a un costado hasta la parte soleada en que se encontraba el pasaruíz.
Mira-dijo-esa es Flap.
-¿La mariposa? Respondí preguntando, mientras veía una mariposa anaranjada, con rayas o manchas negras y blancas, probablemente un ejemplar del género Heliconius.
-Si esa, a veces también vienen Flop y Flip.
-¿Otras mariposas?-Pregunté.
-Si, otras mariposas-respondió y agregó-Ellas son mis amigas, juego con ellas.
Fue entonces que recordé que ella parecía hablar con algo cuando llegué y recordé también el sueño que había tenido hace varios años: La veía jugando con mariposas y me llevaba de la mano. Me maravillé de tener una experiencia o al menos un suceso inexplicablemente coincidente. Todo ocurrió con bastante exactitud.
-¿Y a quien quieres más, a Flap o a mí? Le pregunté.
Levantó la mirada y pensando un momento finalmente me dijo:
-Yo quiero a Flap y también te quiero a tí. También quiero a Flip y Flop, pero pelean mucho.
Confieso que como se quedó pensando creí que me diría que quería más a Flap. ¡Tuve temor! Le seguí la conversación y le dije:
- ¿A si? Y por qué pelean tanto.
-Bueno, porque quieren que las flores solo sean para ellas y si la  otra se acerca, aunque sea su amiga, entonces comienzan a discutir.
 Me lo decía casi refunfuñando.
-Yo las regaño y le digo que tienen que compartir como hermanas-  Agregó.
Pensé que tenía una imaginación muy creativa Deysi. Que bueno que pueda disfrutar la vida de esa manera y ser feliz. Luego del paseo con mi ahijada me despedí porque debía regresar a la ciudad de David. Deysi me pidió que me quedara, que jugara con ella. -¿Dónde voy a dormir?-Le pregunté. -Conmigo, en mi cama-Me contestó rápidamente. Me hizo sonreír de nuevo. Hablé con ella y le dije que era importante ir a trabajar a ayudar a otras personas y que otro día regresaría. Finalmente la convencí. Me despedí de nuevo y justo en ese momento Doris me ofreció un caballo para regresar y le dije: ¡No gracias, prefiero regresar a pié! Aún recordaba lo adolorido que quedé en mi viaje anterior y la fuerza que hacía en cada bajada y subida de loma.

     "Me prometí a mi mismo regresar un año después, pero regresé a los seis meses y entonces fui testigo de un hecho que recuerdo hasta el día de hoy y que contaré más adelante. Regresé al menos una vez cada año, durante varios años, en diferentes meses, sin una fecha específica y sin previo aviso, aunque siempre Deysi y su madre me preguntaban qué cuando regresaría de nuevo. Hubo, sin embargo, un día que decidí no regresar más. Durante varios años permanecí soltero, sin compromisos de ninguna clase, hasta que pasados mis 35 años,  conocí a la doctora Lelys.  Era trigueña,  hermosa, de cabellos ondulado negro,  profunda mirada y  ojos negros. Se le hacían unos hoyitos en las mejillas cuando se reía. Además, era sensible con el prójimo, cariñosa, amable. Siempre tenía una sonrisa dibujada en su rostro. Era alguien al que uno deseaba ver al comienzo de cada día. A veces me sentía culpable por su juventud versus mi edad, pero ella me hizo disipar cualquier temor. Lo único que no me gustaba era que tenía un trasero un poco exagerado. Hay quienes les gusta esas "defensas", pero a mi no. Unas curvas suaves me parecen mejor. Además, era difícil caminar con ella, sin que algún "caballero" quisiera verla, precisamente por allí. ¡Vaya que me hacían sentir incómodo! Confieso que poco a poco me enamoré de una forma que no hubiese imaginado. Se empeñó en acompañarme a la comarca a ver a Deysi. Lo pensé bastante. Me venían a la mente muchas interrogantes: ¿Soportará el viaje? ¿Le gustará ese lugar? Finalmente, consentí en su solicitud. Ella insistió en que fuésemos en su camioneta del año, para poder ir más allá que de donde yo caminaba, para disminuir el trecho por caminar. El año anterior había visto  que estaban construyendo la carretera, así que no era mala idea.

     "Comenzamos el viaje en la madrugada y cuando el sol estaba comenzando a salir ya nos encontrábamos en la carretera de piedra, recién hecha. Había llovido y estaba muy resbalosa. En más de una ocasión se quedó patinando  el carro y hubo una ocasión en que un hueco hecho por la lluvia hizo que pareciese que el vehículo se iba a voltear. Más adelante, había una casa de una familia ngabe y en la carretera, al frente de la casa, dejamos la camioneta. Le encomendamos el cuidado del vehículo a la señora de la casa y comenzamos a caminar. A las diez de la mañana estábamos en la casa de Deysi. Esperamos a que saliera de la escuela. Ya ella estaba en sexto grado. Como pensaba, se puso feliz al verme, pero miraba con recelo a Lelys. Creo que al final de la visita Lelys y ella habían logrado tender un puente de mutuo respeto  y Deysi aceptó que Lelys era alguien especial en mi vida.

     "Caminamos de vuelta y apenas salimos cayó un aguacero, que más que aguacero, parecía diluvio. Lelys tenía frío y estaba cansada, muy cansada. Al rato se sacó las zapatillas  y observé vejigas rotas en los dedos de sus pies. A pesar de su dulzura, esta vez lucía deprimida y no parecía de muy buen humor. Nos demoramos tres veces más regresando, que el viaje de ida. Pero cuando llegamos al vehículo ocurrió lo peor: las cuatro llantas estaban desinfladas. Evidentemente, algún vándalo había ocasionado ese daño. No sabíamos si estaban sólo desinfladas o agujereadas.  Era totalmente imposible  regresar. No existía ningún lugar en donde reparar  el daño ocasionado. Así que ya oscureciendo, no nos quedó más que tratar de dormir, si es que se le puede llamar dormir a dormitar sobresaltado, en la estrechez de un vehículo, con temor de que alguien te hago daño, que algo ocurra, con frío y totalmente mojado. Lelys se quitó la ropa húmeda y se quedó solo en ropa interior.Le di mi camisa que era lo más seco que tenía para que se arropara. A pesar de estar deprimido, cansado y culpable por lo que le ocurría a mi acompañante, la proximidad del cuerpo de Lelys, sus curvas delineadas,  hacían que ocasionalmente me viniesen  a la mente ideas  eróticas, pero  Lelys no me permitió ninguna licencia en el asiento de atrás, durante esa noche. Tuve que esperar buen tiempo para que me permitiera "probar" las delicias de la que era dueña. Esa noche conversamos más que en otras ocasiones.  De nuestras vidas, nuestras familias, de nuestros estudios,  del por qué nos habían hecho ese daño al vehículo  y del trabajo. Me hizo sentir lo preocupada que estaba porque nunca había faltado al trabajo y tenía tres compañeros que se pasaban, disimuladamente, viendo en que fallaba para convertirse en correveidile del asistente del jefe médico. Traté de tranquilizarla diciéndole que fuese a dónde fuese, siempre iba a encontrar esos seres humanos con mente de anfibio anuro, ojos saltones, extremidades cortas  y piel de aspecto verrugoso. Que esa era su forma de sobrevivir y escalar. Pero que al final siempre la verdad se sabría. Que no estaba faltando porque quería, sino porque había ocurrido un evento sobre el que no teníamos control.  Que nada ocurría que no tuviese que ocurrir, porque cada hecho que nos pasa es necesario para aprender. ¡Tú tan filosófico como siempre!-contestó. Al rato la escuché llorar levemente, como para que no me diese cuenta. No la consolé con ninguna caricia ni palabra. Guardé silencio para que pensara que no la había escuchado. Pronunció mi nombre en un momento, pero no contesté y fingí estar dormido.Con los ojos cerrados y durmiendo solo por momentos  esperé que amaneciera.

     "Al día siguiente, subió un vehículo que cargaba maestros y al regreso se bajó el conductor y su ayudante para socorrernos. Se notaba que el conductor le gustaba impresionar a las personas con sus conocimientos. En pocos minutos nos habló de varios temas, mientras lo enterábamos de los que nos había ocurrido, para finalmente presentarnos su diagnóstico y solución. En síntesis, no había otra persona mejor que ella para ayudarnos. El problema es que no era sólo la mejor solución, sino la única. Así que nos convenció que él era la persona adecuada y que muy pronto solucionaría el asunto, aunque al triple de de la cantidad que había estimado previamente, era el adecuado. Por la cantidad solicitada, casi le digo que no, pero era mejor arreglar el vehículo de una buena vez, metido por esos lugares, había muy pocas oportunidades de encontrar una oferta mejor y no quería dejar a Lelys sola. Le entregué prácticamente todo el dinero que tenía y parte del que me facilitó mi novia en calidad de préstamo. Se  llevaron las llantas hacia San Félix y debían regresar en dos horas y media. Esperamos y esperamos y llegó la tarde y no regresaban. Comenzó a llover de nuevo. Estaba un poco desesperado. No sabía si ir hasta el pueblo para ver que había pasado o quedarme al lado de Lelys. Bien tarde, como a las tres, escuché  a lo lejos el motor de un vehículo que subía las lomas de la carretera.  Apareció al fin el conductor con su ayudante. Lelys y yo estábamos molestos, pero nos sentimos bien al ver el vehículo. El conductor dio mil excusas, pero el aliento alcohólico lo delataba. Debió estar bien entretenido a costa mía. Afortunadamente, las llantas estaban arregladas e inmediatamente comenzaron a colocar las ruedas. A las seis llegamos a David.

     "Después de este incidente, no regresé más a la comarca a ver a Deysi por varios motivos: por lo que había ocurrido con el vehículo de la que se convertiría después  en mi  esposa, porque en fin de semana me entretenía con mi bebé: una preciosa niña; y porque ahora tenía muchas ocupaciones. Así que dejé de viajar a la comarca y no tuve noticias de Deysi por mucho tiempo. Ni siquiera regresé a algún lugar cercano a la comarca.

     "Pero doce años más tarde, formé parte del personal  médico que asistió a ayudar a los heridos de los enfrentamientos entre policías e indígenas por el rechazo de los ngabe a la construcción de hidroeléctricas en el territorio de su comarca. Por coincidencias de la vida viajaba acompañado por las que habían sido compañeras de aventuras en el trabajo en algunas ocasiones: las dos K. Las llamaba así por las iniciales de sus nombres: Katherine y Karen. Las dos tenían en su apariencia cualidades físicas que las distinguían. Eran altas, para ser mujeres. A Karen lo que le sobresalía más era su enorme trasero, justo distintivo de su herencia negroide, y a Katherine su estatura poco común. En el trabajo alguien dijo que en una ocasión en que el marido llegó embriagado al hogar e intentó pegarle a ella, se defendió, pero tan bien que él fue el que quedó noqueado. Desde esa ocasión él no se atreve a hacerle nada a ella, supongo que también por la amenaza que ella misma me dijo que le hizo: ¡La próxima vez que lo  intentes, te capo! A pesar de estos hechos, para mí no eran solamente las dos K sino las dos KP. La P agregada era de pendeja. Generalmente ninguna de ellas me decía nada si las llamaba simplemente K. Pero "ardía Troya" si les decía  KP. Ellas sabían muy bien que significaba la P. Hacía bastante tiempo habíamos participado en una gira por el Golfo de Chiriquí con ellas y algunos miembros del Departamento de Saneamiento Ambiental. La gira tuvo algo de turístico, nos bañamos en la playa de isla Gámez, pero su verdadero motivo era de salubridad pública. Aquel día viajé acompañado, no solo por una K, sino por las  dos. Durante las horas de la tarde hubo muy mal tiempo y  comenzó a llover copiosamente. Luego la brisa rápidamente encrespó el mar. La lancha sonaba y crujía con cada ola que nos encontrábamos. Al principio las dos K solo lucían preocupadas, pero cuando eventualmente las olas metían agua adentro de la embarcación y nos veíamos obligados a sacar el agua con vasijas, ellas pasaron de los gritos  con cada relámpago y golpe de la lancha, a llorar. Cuando dejaban de llorar  tenían una cara de espanto: creo que creían que nos íbamos a morir. Yo, sin embargo, gritaba cada vez que se metía una ola, pero de forma desafiante: ¡Aiheee, que venga otra! Ellas me veían con ojos de "felino mal tirado", como decía mi abuelo y no podía evitar reírme.  La aventura terminó, en esa ocasión, sin nada que lamentar.

     "Pero aquel día, el problema era diferente; llevábamos en la ambulancia un policía herido en una trifulca con indígenas Ngabe. El policía había sufrido un golpe hecho por una piedra, que lo golpeó en la cabeza   y estaba inconsciente.  Había rumores de que había varios  muertos entre los ngabes y muchos heridos, pero no observé ninguno. El ministro de seguridad pública ya había declarado en los medios de comunicación que no era cierto que la policía hubiese asesinado indígenas y que todos los comentarios eran producto de la desinformación. Más adelante, en la Panamericana, el tráfico se detuvo. Pronto se observaba como a unos 200 metros subir un humo negro. Ningún vehículo avanzaba en ninguna de las dos direcciones.  Como llevábamos un herido, nuestro habilidoso conductor, Pablo, se abrió paso entre los vehículos hasta llegar cerca del lugar en donde surgía el humo negro. En el lugar habían dos vehículos del Estado ardiendo y el sitio estaba custodiado por indígenas armados con palos, machetes  y resorteras. Me puse a pensar qué hacer  y decidí bajar de la ambulancia y tratar de conversar con  alguno de sus dirigentes para que nos permitiesen pasar. El problema es que el herido era un policía. Las K le quitaron rápidamente el uniforme de policía al herido y lo dejaron sólo en ropa interior, para lo que exhibieron mucha habilidad.  Sospeché que habían practicado muchas veces, no sé si en sus casas o en el Centro de Salud.

     "Cuando me bajé y avancé hasta la multitud de indígenas, uno de ellos, como con unos 35 años se abalanzó a toda velocidad hacia mí desde unos quince metros de distancia blandiendo un machete brillante y bien afilado. Me quedé quieto. ¿Para qué huir? Me hubiese alcanzado rápidamente. En fragmentos de segundo pensé que moriría allí, en ese lugar, pero casi de la nada surgió una mujer que se interpuso entre el indígena y yo y, le habló con autoridad en su lengua natal. El indígena amagó una vez más, pero ella se interpuso de nuevo y solo con levantar su mano hacia él y gritarle el indígena se detuvo de nuevo. Luego siguió hablándole y regañándolo. Se veía joven y cuando volvió su rostro hacia mi, su rostro me pareció conocido y vi brillar en su cuello una joya que conocía muy bien. Se acercó hacía mí y yo estaba emocionado y feliz. No podía creerlo: encontrarme allí a Deysi y que probablemente me haya salvado la vida. Ella me abrazó fuertemente, y yo hice lo mismo. Su ropa olía a sudor. El olor de encontrarse en ese tipo de lucha. Mi Deysi lucía bonita y aún seguía viéndola entre incrédulo y feliz. De momento olvidé que llevaba un herido.

     "De repente sonaron disparos y los indígenas huyeron. Deysi permaneció conmigo y de repente se deslizó entre mis manos. Me quedé viéndola sin comprender qué ocurría. La sostuve y la coloqué en el suelo mientras las KP salían a ayudarme. En su espalda tenía un orificio de bala del que brotaba
sangre, mucha sangre. Tenía orificio de entrada, pero no de salida. Si el disparo no le hubiese dado a ella, me hubiese dado a mí. Miré a lo lejos y se acercaban muchos policías disparando, unos con sus armas de reglamento y otros con armas para disparar gas lacrimógeno. Desesperado intenté ayudar a Deysi, allí en plena calle. Ella intentaba hablar y le decía que se tranquilizara y entonces me tomó por el lado de atrás de mi cabeza y me acercó a su boca y escuché cuando dijo una palabra inolvidable. Buba.

     "Inmediatamente, mi mente se trasladó años atrás, cuando Deysi aún era una niña. Fue un día de esos que llegué sin avisar. Llovía mucho y Deysi aún no había regresado a casa pues se encontraba en la escuela. Luego de una hora de esperar que llegara a casa no llegaba y la quebrada comenzó a sonar con las piedras que transportaba. El sonido lo conocía muy bien, pues en Boquete, cuando el río Caldera truena, se escucha en todo el pueblo. Preocupado le dije a Doris que era mejor ir a buscar a Deysi.  La quebrada no tenía puente y podía llevársela y ahogarla. Así salimos los dos, debajo de la lluvia y cuando llegamos a la quebrada, ocurrió algo insólito: Doris cruzaba la quebrada en el aíre y se escuchaba un batir de alas que sonaba parecido a flap, flap, flap, lenta pero rítmicamente. Cada vez que sonaba flap, Deysi subía en el aire y cada vez que no se escuchaba el sonido, descendía un poco, hasta que quedó frente a nosotros.

    "Regresamos a la casa junto con Deysi sin comprender que había pasado. La llevé cargada entre mis brazos. Deysi no habló por mucho tiempo. Se notaba asustada. Finalmente nos dijo que tenía miedo de cruzar la quebrada y se detuvo para ver si bajaba. De repente escuchó a Buba. En una de las ocasiones que había estado por allá, en la comarca, había escuchado hablar de Buba. Era un ser sobrenatural, mediano,  con una sábana raída, sucia y agujereada cubriéndolo. Emite varios sonidos: uno de esos consiste en una mezcla de chillidos agudos y  muchos hierros que se caen.  Los sonidos van subiendo en intensidad a medida que se acercan  y parece que se mueve la tierra.

     "- Sentía como Buba se acercaba a mi, de todos lados surgían hormigas que llenaron el camino-agregó Deysi- Me acerqué todo lo que pude a la quebrada y tuve que meter mi pies al agua para que no se me treparan las hormigas y los gusanos  y ya estaba dispuesta a tirarme al agua porque Buba estaba cerca, cuando sentí que alguien me sujetaba y me  levantaba en el aire. Pude ver las antenas y parte de las alas de Flap y después  me puso junto a ustedes. ¿No lo vieron?-preguntó-La madre y yo nos miramos a la cara y luego la veíamos a ella, pero hicimos silencio. Los dos estábamos perplejos.


     "Ese día Deysi salvó su vida o le salvaron la vida. Pero ahora se encontraba en una situación diferente, con una bala alojada en su tórax, probablemente le debía haber atravesado uno de sus pulmones. Le salía más sangre  por la boca y se notaba que le era muy difícil respirar. La subimos a la ambulancia y la atendimos en la ambulancia. ¡No te mueras, le decía desesperado! Me tomó una vez más por la cabeza y al acercarme le escuché que me dijo: Lo quiero. Le dije con lágrimas en los ojos, yo también te quiero, pero no te mueras. Pero murió. Sus ojos abiertos tenían esa mirada fija en el vacío, que no ve nada. No respiraba ni tenía pulso. Murió y lloré largamente.

     "En las noticias se escuchó una vez más al ministro diciendo que los policías sólo utilizaban los medios disuasivos que les estaba permitido en el control de multitudes. Que ninguno había usado su arma de reglamento.  Que los policías  son los defensores del orden y de la vida. Que los indígenas son unos borrachos y que bajo los efectos del alcohol seguro se habían disparado entre ellos. ¡Cuantas mentiras! Por cierto, el indígena que parecía que me quería matar, estaba ese día afectado porque le acaban de matar su hijo con un disparo de pistola. Lo reconocí cuando lo vi en las noticias, quejándose de lo que le había ocurrido.  El policía que llevábamos en la ambulancia se salvó y me confesó que había matado a un indígena y parecía que lo disfrutó. ¡Debí matar varios más!, me dijo. Ciertamente, sentí repulsión. No me explico como alguien, independientemente de las circunstancias, puede disfrutar el quitarle la vida a un semejante.

     "Deysi  cumplió su palabra empeñada cuando era niña: ¡Me ayudó en la ambulancia, aunque no de la forma que había imaginado yo! Pero también me salvó la vida. Extraño a Deysi y termino de escribir este relato con lágrimas en mis ojos, adolorido por el recuerdo de una joven que me hizo mi vida de doctor diferente. ¡Me gustaría encontrarla de nuevo!"

Cheryl, gracias por el dibujo que hiciste especialmente para este cuento.

Dedicado a mis compañeros del Programa Entre Pares del Ministerio de Educación.
























viernes, 27 de junio de 2014

INDIOS CONEJO: SU TERRIBLE AMENAZA





     En mi niñez siempre escuché hablar de los indios conejo, allá en Boquete, mi pueblo natal. Le escuché a mi abuela analfabeta, con evidente herencia genética indígena,  hablar de ellos. Diría que estaba segura de su existencia. Lo que decía era de lo más fabuloso: vivían en cuevas y tenían túneles que comunicaban de una provincia a la otra. Uno de esos túneles llegaba exactamente hasta la parte subterránea de la iglesia de Boquete y otro túnel llegaba hasta el flujo de lava del volcán Barú. Lo curioso era que nadie, absolutamente nadie,  los había visto jamás.  Ni siquiera mi abuela, que había vivido en las montañas de La India Vieja, al oriente de Boquete y había tenido encuentros con  pumas y jaguares.  Lo peor que le pudo pasar fue que la mordió una víbora oropel, pero sobrevivió. Sin embargo, no vio los indios conejo. Cuando le pregunté: ¿Abuela, cómo son los indios conejo? Me respondió: no sé, no los he visto.  ¿Y como sabe que existen?, la inquirí. Dijo entonces: mis abuelos me contaron de ellos y me advirtieron que eran peligrosos.



     Tiempo después, cuando terminaba de estudiar  en la universidad, escuché en la televisión la noticia de que un grupo de miembros de las temidas Fuerzas de Defensa, del destacamento de Panajungla, a la orilla del río Teribe, se estaban internado en lo profundo de la montaña superior y hacia el sur del río Bon, mejor conocido como Teribe, a buscar a los llamados indio conejo. ¡Insensatos!, pensé entonces, cómo se les ocurre ir a buscar lo que no existe. Tienen que ser militares, para que les falte cerebro y actuar de esa manera. Más fácil les hubiese salido buscar a la Tulivieja. Como estaban en Bocas hubiesen hablado con un experto en la materia: Tristán Solarte. Él, en muy pocas palabras, les hubiese indicado como atrapar o haber traído evidencias de esa famosa mujer.  Efectivamente, regresaron sin noticia de los indios conejo.

     Así que, con el pasar del tiempo,  la existencia de los indios conejo se convirtió en creencias de la misma categoría que Santa Klaus y el pollito de tierra.  Pero hace poco, con la desdichada pérdida de vidas humanas, por el camino de Culebra, de unas jóvenes europeas, algunas personas aseguran que los responsables son los indios conejo. Así en singular su nombre y la responsabilidad.

     Entonces organicé una gira para ir en su búsqueda (la de los indios conejo), casi con la certeza que no encontraría nada. Muy pronto se agregaron otros valientes aventureros, de esos que me acompañan por la montaña, para vivir algo diferente y respirar en cada sorbo de oxígeno, vida, pura vida. Ellos no sabían que mi verdadera intención era buscar los indios conejo, pero me pareció bueno ir acompañado. Bueno, sin pena, la verdad es que si mi esposa se entera que no voy acompañado, me regaña  y me  castiga de una manera que no me gusta y que prefiero no compartir con ustedes. Bueno, bueno, solo diré que me pone en abstinencia de un placer humano que no voy a describir. Así que siempre voy acompañado y siempre saco fotografías, para probar que estoy acompañado.

     Comenzamos nuestra gira  por  El Pianista, por el sendero que atraviesa la finca de la "Yeya" que antes era del "Fufo". Luego, subimos al filo de la sierra  y después comenzamos a bajar a las montañas de Bocas del Toro. En el camino nos encontramos algunos Ngabes  que iban hacia Boquete. Uno que otro preocupado nos preguntaban si conocíamos bien el camino. Era evidente que les daba temor que a los "zulias" (nosotros) les pasara los mismos que a las europeas. Los calmaba diciéndoles que conocía bien el camino y que ya había viajado muchas veces por allí. La verdad, sólo había ido cuatro veces por esos lugares, pero no quería que se preocuparan. Dormimos la primera noche en  una casa de ngabes, abandonada a la orilla del río Culebra. Luego me enteré, que varias familias ngabes se mudan en la temporada de lluvias hacia Alto Romero, porque allí hicieron una escuela recientemente y por eso encontramos la casa desocupada. Me alegré de saber tan buena noticia.

Área del viaje. Saliendo de Bajo Boquete con rumbo norte hacia Bocas del Toro. Mapa editado de Google maps.


     Al siguiente día comenzamos a caminar por la orilla del misterioso río Culebra. A los dos días de paseo para ellos y de investigación para mí, ya era evidente el cansancio de todos. Los dejé un momento, mientras preparaban la cena y me metí sólo  por un monte espeso que me parecía sospechoso. Iba envalentonado porque llevaba en mis manos un ejemplar del artefacto que hizo célebre a su inventor: Antonov Mijail Kalashnikov. La había obtenido entre las que  abandonaron en un furgón, en Volcán, las fuerzas de Noriega, cuando salieron huyendo, a los gringos, hace ya más de veinte años. Funciona muy bien. Así que me dirigí monte adentro y cuando creí estar lo suficientemente lejos, comencé a llamar a gritos a los indios conejo, una y otra vez: ¡Conejo!, ¡Conejo! De repente todo se nubló, no podía ver mucho más allá de mis manos. Para no perderme decidí quedarme quieto. Cuando comenzó a disminuir la bruma veía, casi en frente mío, una figura semihumana, pero pensé que era mi imaginación y el hecho de que pronto llegaría la noche, que por aquellos lugares, entre cerros y muchos árboles, llega más temprano. 

     Pero allí estaba viéndome fijamente esa figura que entre más se aclaraba la neblina, más fea me parecía. Era un gigantesco indio conejo,  con unos enormes dientes, grandes orejas y el cuerpo pintado como conejo "pintao". Por eso comprendí que era un indio conejo. Mi corazón latía rápidamente y de momento no sabía ni que hacer.  Ni me acordaba que andaba con mi AK47. Cuando reaccioné  ya era demasiado tarde: otros dos indios conejo me sometieron por las manos y me llevaron a la fuerza. 


     Pensé, ¡vaya!, moriré de esta manera, tan lejos y nadie sabrá de mí.  Rápidamente urdí un plan y les gritaba que tenía tuberculosis  y que si  se alimentaban de mi carne se enfermarían. Nuestros indígenas son los que más mueren de esta manera en Panamá, en pleno siglo XXI,  así que mi argumento me pareció creíble. Pero ellos no contestaban nada, ni siquiera parecían escucharme. Por supuesto, con esas orejas, era imposible que no  me escucharan. Me condujeron a un lugar que no era una sorpresa para mi: una cueva. Luego siguieron adentrándose por la misma y me sorprendió que todo estaba iluminado. De las paredes brotaba luz de algo que aparentaba goteras de agua. Eran miles de luces o goteras que iluminaban todo de una manera  suave. Cuando ya habíamos avanzado una hora dentro de la caverna, pude ver una vegetación de hojas amarillas y frutos rojos que nunca antes había visto. Todo esto me pareció maravilloso y por momentos olvidaba que me llevaban hasta allí a la fuerza.

     Llegamos a un salón principal. Tenía estalactitas y estalagmitas que parecían tener esmeraldas y diamantes. Allí había recogidas en cestas, que me parecieron de oro,  las frutas  rojas que había visto en la caverna. De repente sonó como una lámina de lata, golpeada con algo, pero con el sonido más agudo, que si fuese solo lata. Conozco bien el sonido de la lata porque cuando era niño, jugábamos  al escondido cuando se tiraba la lata y me gustaba esconderme muy cerca de una niña bonita del barrio que jugaba con nosotros. Yo me quedaba viéndola y le guiñaba el ojo y ella sonreía: ¡Que emocionante! ¡Ah!, pero no perdamos el hilo que de eso no es que quiero hablarles.  Me di cuenta que si era una lámina redonda y que era de oro.  Tras el tañido, apareció un indio conejo más viejo que los que me habían secuestrado apoyado en un bastón de oro con hermosos relieves y que caminaba lentamente. Era regordete y de cabello entrecano y largo hasta los hombros. Noté como cada vez que su  bastón apoyaba el suelo se escuchaba un sonido muy bajo y subterráneo. Incluso parecía temblar. Se sentó en un trono de oro. Se me quedó viendo,  hizo un ademán y los indios que me secuestraron me sentaron en otra silla de oro, como si fuera un invitado y no alguien al que acababan de raptar. Cuando me soltaron me dieron ganas de darles una patada o por lo menos un mordisco al estilo de Luis Suárez o Mike Tyson, pero me contuve.

     No vi allí ninguna mujer conejo, pero rápidamente comprendí por qué no había ninguna. A mis 56 años, con una barriga grande producto de comer muchos carbohidratos y de una hernia hiatal, debo lucir mucho más simpático, atractivo y seductor que ellos, con esos dientes feroces.  Seguramente no se iban a arriesgar que alguna de ellas se enamorara de mi.  ¡Ah, cuanta satisfacción para mi ego!

     El jefe o suquia, comenzó a hacer movimientos o señales con las manos mientras me veía. La verdad quedé más maravillado todavía, porque me estaba hablando en lenguaje de señas y me pregunté como él sabía que mi hija, que estudia educación especial en la universidad conocida como UDELAS, me había enseñado el lenguaje de señas. ¿Acaso será que los indios conejos nos están espiando, como hace el señor presidente Mentirelli, para enterarse de la vida de nosotros y podernos chantajear? Me pareció eso muy raro. El asunto es que pude comprender que me quería dar un mensaje muy importante.

     Así que presté atención a cada movimiento de sus manos  y a su  rostro. Entre enojado y deprimido me dijo:  "Estoy molesto y enterado de lo que dicen de mi pueblo.  Lo que  están diciendo en las redes sociales,   que somos caníbales y que tenemos que ver con la desaparición de las europeas. Es cierto que fuimos caníbales  hace muchos siglos, pero acaso sus ancestros no lo fueron también. Ahora somos frugívoros, (Lo decía mientras señalaba las frutas rojas). Esta mal, muy mal, que inventen tantas cosas, sin importar el dolor ajeno.  Así que escúchenme muy bien-dijo con movimientos enérgicos- usando nuestras cavernas vamos a encargarnos de todos aquellos que publican historias que nos calumnian  y especialmente de uno que publicó en Taringa con autor  anónimo, pero yo sé  quién es..."

     Cuando recibí el mensaje comprendí que tenía que trasmitirlo y que misteriosamente, ese era el verdadero objetivo de mi viaje.

     Pensé, por suerte no me amenazan a mí, porque no he hecho nada de eso, pero he tenido que mencionar a las europeas en este fragmento de la historia de mi vida y sé que no está bien. Pero el propósito de esta narración es reivindicar, hasta cierto grado, la reputación de los indios conejo y no aprovecharme para nada de la  pérdida de vidas humanas, que también fueron dolorosas para mí, aunque no las conocía.


     Entonces tímidamente, me atreví a preguntarles si me podía ir, a lo que él dijo que si. Viendo que el asunto se había resuelto bastante bien, le dije en señas que si me podía dar un poquito de oro, que era educador y que no nos pagaban como a los educadores en Finlandia, pero que  trabajaba como ellos. El jefe me puso una cara, que para que les cuento, no sé si porque no me creyó o porque no iba a dar su oro así nada más. Le dije que lo olvidara, que estaba bromeando. Entonces me empujaron por una caverna por la que descendí o ascendí, no estoy seguro, a mucha velocidad y en cinco minutos  aparecí, decenas de kilómetros en otro lugar, en el parque Domingo Médica de Bajo Boquete. Era de mañana. Me fui hasta la orilla del río Caldera, en donde vive mi papá, para verlo, ya que siempre se preocupa cuando ando de gira por la montaña. Le  pedí el celular   y llamé a los compañeros de gira hasta Bocas. Les dije que se regresaran y me dijeron que ya venían de regreso, que pensaban que me habían atrapado los indios conejo y que se alegraban que estuviese bien.  

     Bueno, ya yo cumplí con dar el mensaje y estoy vivo. Espero que no sigan publicando mentiras.  Por otro lado, la verdad, no quiero el oro de los indios conejo. Prefiero esperar que me lleguen los trescientos balboas de aumento que nos prometieron. En cuanto a mis viajes y  a los interesados en acompañarme, les informo que voy a esperar bastante tiempo, antes de organizar otra gira,  lejos de Bocas, para no encontrarme a nadie dientudo y orejón.

     ¡Ah! Agradezco a la artista chiricana, egresada del Instituto David, Cheryl Cabrera, por el dibujo hablado que hizo, mejor que los que hacen los detectives de las series policíacas. ¡Gracias Cheryl!

Dedicado a mi madre (q.e.p.d.)  y a su madre (q.e.p.d).