Hurgando entre los papeles viejos de mi difunta abuela
encontré una historia de un tío, hermano de ella, fallecido hace poco tiempo. Él le escribía a
menudo cartas a mi abuela, incluso desde que estaba en Brasil estudiando medicina. Luego, cuando fue
nombrado, trabajó en varios lugares de Panamá y continuó con su hábito de
escribirle cartas a mi abuela.
Entre todos estos papeles había
uno singular que no era una carta. Luce añejo el color del papel, entre amarillo y café, por el tiempo que tiene de guardado y también tiene algunas manchas que dificultan su lectura. Despide ese olor característico del papel viejo y una sensación de fragmentos diminutos en las yemas de
los dedos; pero, conserva una letra a mano, rara para un doctor en
medicina, legible y hermosa, como las
que ya casi no existen. Mi abuela me heredó sus papeles viejos y he leído
varias veces esta historia porque me gustó. Generalmente leo y releo los textos
que me agradan. Deseo compartir esta historia con ustedes. Se las
transcribo fidedignamente:
"Al escribir estas palabras, cuando mi vida ya se encuentra en el ocaso, me pregunto si alguien alguna vez las leerá, pero me respondo que no es importante porque en este momento me sirven para entretenerme y con eso basta. Además, sé que ocurrió lo que relato aquí. Siempre he sentido predilección por los cuentos de la
campiña y por las leyendas urbanas. Aún sabiendo que no son ciertas, a menudo,
cuando era más joven, escuchaba estas narraciones. Por otro lado, he sido
testigo, en el ejercicio de mi profesión, de muchas experiencias raras. En una
ocasión un paciente, Neftalí Vega, decía que había alguien mirándolo desde la parte de afuera de la ventana del segundo piso del hospital. No
vi a nadie y no creo que alguien pueda
flotar en el aire y mucho menos a esa altura. Lo increíble es que él estaba
absolutamente convencido y totalmente lúcido. Había que ver como afirmaba que
allí había alguien. Describió su piel, su barba, sus ojos y su ropa. Ese día el
paciente tenía salida del hospital.
Luego, una enfermera, Mixela Ríos,
me comentó que no era la primera vez que alguien veía en el hospital a
alguien con esos rasgos. Hay tantas historias fantásticas, pero no hay nada
mejor como cuando una historia es real.
Ahora, en mi vejez, recuerdo aquel acontecimiento ocurrido en la vida de Deysi.
"Ella vivía en la comarca
Ngabe-Buglé, aunque en ese entonces no existía como comarca. La conocí como
lactante mayor. Yo trabajaba en el viejo Hospital José Domingo de Obaldía.
Venía cargada en brazos de su madre, más muerta que viva. Presentaba un cuadro
clínico típico de los niños de su etnia: gastroenterítis. En Panamá, la más
alta mortalidad infantil se da por esta patología y las estadísticas nos dicen
que en los niños de los pueblos originarios es en donde se presenta con mayor incidencia. Me preguntaba, al
verla, si sería una víctima más, un número más, una defunción más. Sus heces
acuosas lucían sanguinolentas. Sus ojos estaban
vidriosos y sus labios resecos, cuarteados, con escamas de piel muerta.
Su fiebre alta era la que me decía que aún vivía, pero que a su vez conspiraba
contra su vida.
"¿Cuál es tu nombre y el de la niña?- le pregunté a la madre, minutos
antes.
-Yo llamarme Doris Bejarano y mi hija llamarse Deysi Montezuma. -Me contestó.
Debería ser tolerante, pero sin saber por qué, no me gustaba esa forma de hablar, ese acento indígena. Proseguí interrogándola sin
demostrar mi desagrado.
-¿De dónde vienes? -Yo venire de Besikó en la
comarca-contestó una vez más.
-¿En dónde está su padre, cuidando tus otros hijos?- No
"dotore", mi marido morirse en una pelea borracho, el año pasado.
"Recordé por instantes mi niñez, en Boquete, la tierra
del café y las flores. Desde el mes de octubre el pueblo recibe la inmigración
de cientos de miembros del pueblo del que es miembro Deysi. Tienen el propósito
de participar en la cosecha del café,
reunir dinero para el siguiente año y comprar abastos. Cada fin de semana el
espectáculo es el mismo, con diferentes personajes. Bajo el efecto de bebidas
espirituosas ocurren peleas callejeras brutales, en cada esquina del pueblo, con sus consecuencias: moretones en diversas
partes el cuerpo, ojos cerrados por la hinchazón, manos raspadas, chichones en
la cabeza, labios rotos, espacios
sanguinolentos en los maxilares por la ausencia
de dientes. Siento vergüenza de mi mismo por haber tenido entre mis
pasatiempos ver estos espectáculos
durante algún tiempo de mi adolescencia.
"¿Y con quien dejaste a tus otros hijos? Le dije,
suponiendo que debería tener más hijos.
-Mis otros dos hijos también murieron. Uno se murió de
tuberculosis y otro de diarrea.
La muerte ronda a las familias ngabes, pero no había
encontrado hasta ese momento una persona con tantos muertos, en lo que llamaría un suspiro de la vida por enfermedades prevenibles y curables. No quise verla a los ojos de momento y
sin alzar la cabeza, le volví a preguntar, más que nada por curiosidad:
-¿Qué edad tenían?-
-Uno tenía dos años y el otro cuatro-contestó.
"Ordené la hospitalización de Deysi en cuidados
intensivos, pero la madre había venido muy tarde. Pronto se encendió el botón
rojo que me anunciaba que algo estaba mal en la sala 4. En
el plazo de dos horas disminuyeron sus signos vitales hasta que no se le sentía
nada. Había fallecido. Hice lo que pude. Me extremé en el uso de la RCP. Luché contra la muerte por varios minutos,
que parecieron horas, hasta que acepté su fallecimiento. No hay nada que hacer: ¡Está muerta!, dije.
Cuando me dí por vencido, la madre, que estaba cerca, daba alaridos en su
idioma natal. Supongo que se acordaba de todos sus muertos. Aunque esté acostumbrado al acecho, a la presencia
de la muerte, cada semana en el
nosocomio, resulta difícil escuchar a quién ha perdido un ser querido.
Pero, de repente una enfermera me dijo: ¡Está respirando! Solo dije: ¿Deysi? Me
acerqué y constaté que sus signos vitales se habían restablecido. La verdad, no
lo podía creer. Es increíble como ese "bichito" feo podía aferrarse a
la vida. Me quedé un rato a su lado y luego volví a mi rutina diaria. En la
noche soñé con ella. Tenía más años, pero sabía que era ella. Me agarraba de la
mano y me llevaba a un jardín en donde había mariposas. No soy el tipo de personas que sueña escenas que recuerde después. Pero ese sueño aún lo
recuerdo vívidamente.
"Algo tenía de especial esa niña, que me
llamó la atención. Si me preguntasen qué exactamente, no sabría responder. Hice
todo lo que un buen galeno puede hacer y algo más. Ese más, para que sea bien
descriptivo, es la atención que brindan mis colegas en sus clínicas y
hospitales privados. ¡Ah!, dirán que solo quiero criticar y que seguramente yo
hacía lo mismo. Pues sí tenía mi clínica, pero he tratado de atender a mis
pacientes de la misma manera, sin importar su riqueza o su pobreza, o su origen
étnico, aunque se que es difícil y sé que habrá quien no me crea. Mi profesión no la he tenido únicamente para volverme rico, sino para servir con agrado. De hecho, no soy rico pero he vivido feliz.
"Deysi se
estabilizó como una semana después. Realmente había estado afectada por una
amebiasis. A los quince días ya podía dejar el hospital, pero la dejé una
semana más para que se alimentara mejor y saliera más fortalecida. En el transcurso de su estadía obligada pasó
de tenerme miedo a jugar el escondido conmigo. Sus risotadas inundaban el
espacio en un lugar en que el llanto es común, pintando el ambiente de un color
agradable. Le hice varias recomendaciones a la mamá de Deysi acerca del cuidado
en la preparación de los alimentos y el agua que consumían. Regresó a su lugar de origen en el distrito comarcal de
Besikó.
"A quien lea estas palabras alguna vez, si es que lo hay, quiero explicar algo relacionado con el apellido de Deysi:
Montezuma. Ese es uno de los cuatro apellidos originarios que conozco.
Los otros tres que recuerdo son: Tugrí, Sire
y Venado. La verdad, no estoy seguro que los tres últimos apellidos sean
originarios. Pero el apellido Montezuma, el apellido de Deysi, si es autóctono,
aunque recuerda a una persona muy importante que no era ngabe: Me refiero al
emperador de la civilización azteca, Moctezuma. Así que mi pequeña paciente
tiene o tenía apellido real aunque no creo que también sangre real. No imagino
a Moctezuma paseándose por estos lares y conviviendo con los ancestros de Deysi. Estoy seguro que tenía mucho que hacer en Tenochtitlán.
"Habrá quien dude de que el apellido tiene vínculos con ese ilustre gobernante. ¡Claro!-
Los aztecas, allá lejos, nada han tenido que ver con los pueblos originarios de
Panamá.-Dirán quienes no estén de acuerdo conmigo. Para mí, no hay ninguna
duda. Hace mucho tiempo leí que le decían "seguas" o "siguas"
a los mexicanos o aztecas ubicados en la isla Colón, en Bocas del Toro, en el
mismo tiempo en que llegaban los españoles a América. Tenían un jefe o señor,
de nombre Ixtolín, cuya misión era recolectar impuestos, entre los pueblos
originarios del espacio geográfico en que hoy se encuentran las provincias de
Bocas del Toro y Chiriquí. En una ocasión, en que dormí en una vivienda de una familia naso, en Bocas
del Toro, observé como una niña me miraba, justo en el momento que comenzaba a
dormirme. Me encontraba en una cómoda hamaca y estaba muy cansado después de caminar todo el día desde Guabito hasta Sieyik. La vi con los ojos semiabiertos y
fingí que ya estaba totalmente dormido. De todos modos, no creo que hayan
pasado más de 10 minutos entre ese momento y el estar totalmente dormido. Era
obvio que ella tenia mucha curiosidad. Me miraba y me remiraba. Luego, escuché
claramente como la niña me llamaba "sigua". Al día siguiente inquirí
a los padres acerca de lo que había dicho la niña diciéndole la única palabra
que había entendido: sigua. El padre, de nombre Rodolfo Berchi, sonríó y me dijo que ella había dicho que
el extraño se estaba durmiendo. Me sorprendió saber que 500 años después, la
palabra tiene exactamente el mismo significado y que me trataban con el mismo
nombre que tenían los miembros de las colonias militares aztecas en Panamá.
"Durante dos años no supe más de Deysi, hasta que su
madre se presentó con ella, a mí clínica.
-Dotore, lo estaba buscando. -Me dijo la madre,
sorprendiéndome por haberme encontrado.
-¿Cómo me encontraste? -Le respondí.
-Fuí al hospital y
allá pregunté por ti y una enfermera que llamarse Rosita me dijo que te podía encontrar aquí.
Ya yo no trabajaba en el hospital, pero la mamá de Deysi
encontró una enfermera que si podía hablar de mí. De hecho vivía en ese
entonces cerca de mi casa. Su esposo, Osvaldo, fue mi compañero de clases en el colegio. De vez en cuando Rosita pasaba en su carro y hacia sonar el pito de su automóvil saludando, mientras yo estaba descamisado haciendo alguna faena en el patio de
mi casa.
Observé a Deysi y la reconocí al instante. Lucía un tanto
tímida, pero a simple vista se veía saludable. Así qué le pregunté:
-¿Qué deseas, qué haces por aquí?
- Dotore, yo venire hasta acá para pedirle que sea el
padrino en el bautizo de mi hija.
Supongo que la cara de asombro ante tal solicitud se me
notó. No esperaba que me pidieran algo así. De hecho, no he aceptado ser
padrino en otras ocasiones por mis creencias acerca de Dios y las religiones.
Pero esta era una situación diferente y especial. Imaginé los kilómetros que
tuvo que haber caminado esa madre por caminos lodosos, llenos de rocas, las
quebradas o ríos que cruzó, para venir hasta la ciudad de David y hablar conmigo. Además, pagar el pasaje en
bus hasta David, ida y vuelta. Me estaba haciendo un honor y no tenía fuerzas
para decirle que no.
-Ummm. Está bien. ¿Qué tengo que hacer?, ¿Dónde es el
bautizo?-Le pregunté.
-Bautizo ser el
domingo 27. Ahora vivo en Hato Dupí y bautizo ser allá en la iglesia, a
las 10 de la mañana. Un hermano mío de nombre Felipe te esperará con un caballo
en la entrada del camino en San Félix, cerca de la terminal, a las seis de la
mañana.- Respondió.
-Está bien, allá estaré.- Le respondí.
"Luego estuve hablando con su madre de diversos temas.
Antes de irse, fui al refrigerador y le ofrecí a Deysi una manzana. No la tomó,
se pegó al cuerpo de su madre. Entonces intenté darle unos confites envueltos
en papeles de colores. Al estirar mi mano se notaba que quería tomarlos.
Tómalos-le dije-, pero no se atrevía. Tómalos le dijo su madre y estiró la mano
tímidamente y le coloqué uno a uno cinco confites. Con el primer confite en su mano la retiró rápidamente, pero al ver que había más confites entonces dejó su mano estirada. Cuando los tuvo en su mano
me miró y sonrió.
"Durante la semana estuve preparándome para el viaje.
Viajé hasta San Félix y pregunté
exactamente la ruta que debía seguir. También encontré un lugar en donde dejar
mi automóvil guardado mientras hacía el
viaje. Luego, regresé a casa y comencé a prepararme para el viaje, comprando lo
más esencial.
"El día indicado, a la hora señalada, en el lugar propuesto, estaba dispuesto a
hacer el viaje. Ya me esperaba un jinete con un caballo adicional: el que
usaría yo. Se acercó Felipe y le dije:
-Tú eres Felipe Bejarano-Se quedó pensando un momento y
luego contestó- Si soy Felipe, pero no Bejarano, sino Hernández.
"No quise preguntar por qué tenía un apellido diferente al de
su hermana. Acomodé algunos objetos que traía en dos sacos de henequén en las
ancas del caballo. Felipe, diligentemente,
me ayudó a acomodar y amarrar los sacos. Luego, intenté subirme al
caballo y digo intenté, porque la primera vez que lo hice relinchó el caballo y
el sonido me hizo pensar que me haría algo, no sabiendo si subir o bajar y en
el enredo me caí al suelo. Felipe, me
observó y se le notaba en la cara la mezcla de ir ayudarme o el reírse de
mi. Pensé, ¡Ojalá lo tuviera en el
cuarto de donación de sangre del hospital, para ver si se va a reír! En una
ocasión, en el cuarto de donación de sangre,
un muchacho ngabe fue a donar sangre para un pariente y se le notaba
nervioso. Cuando vio la aguja que le iban a colocar para succionar su sangre,
abrió los ojos notándose el terror. Creo que si hubiese visto al mismo Vlad
Tepes, no hubiese sentido tanto miedo. En esa ocasión el que casi se ríe fui
yo. La segunda vez que intenté subirme al caballo tampoco pude hacerlo. El
caballo se movió y casi me caigo de nuevo. Pensé, mejor no voy. Peor me sentí
porque en esta ocasión Felipe si se río. Aún riéndose, bajó de su caballo, tomó
la parte alta de la jáquima, regañó el animal y esta vez si pude subirme.
"Me sentí más tranquilo y comenzamos a caminar, mejor
dicho, los caballos comenzaron a caminar por la ruta que indicaba Felipe.
Rápidamente, él tomó la delantera y apuró su caballo con el rejo, para ir más
rápido. Caminamos por un camino pedregoso y lodoso, un charco por aquí y otro
por allá, entre potreros primero y luego
por islas de selvas mezcladas con uno que otro siembro y potreros. El olor del lodo, la hierba húmeda
y el sudor del caballo llegaba a mi nariz, poniéndole un matiz especial a este viaje. Eran olores extraños a los que no estaba acostumbrado. Al rato ya no soportaba ir a esa velocidad montado en el caballo. En la
bajada de una loma iba frenando y echando para atrás porque sentía que me iba a
caer del caballo, de frente. Ese "brincoteo" en la silla, la
sensación de que me podía caer y la forma en que se movían los líquidos en mi
estómago, después de una hora de viaje,
no me agradaba nada. Detuve la velocidad de mi caballo y cuando lo hice,
Felipe también detuvo la velocidad del suyo. Se sentó medio de lado en su silla
y de esa manera podía fisgonear y advertir qué hacía y en dónde me encontraba.
El paso del río fue toda una proeza. A cada paso del caballo, pensé que caería
al río. Finalmente lo atravesamos y una hora después llegamos a Hato Dupí. Me sentí
bien de haber hecho semejante proeza aunque mi acompañante y guía, lucía
sonreído y más fresco que una lechuga recién cosechada.
"Me sentía con dolor en las asentaderas, la parte interna y alta de los muslos y caminaba
"despatillado". Felipe volvió a reírse, pero lo ignoré y fingí que no
lo escuchaba. También lo vi y escuché a
media distancia, hablando con sus coterráneos y todos se rieron con ganas.
Seguramente se reían de mí. Para colmo de males, cuando iba caminando hacia la
iglesia en donde ocurriría el bautizo, absorto viendo las viviendas indígenas:
ranchos con techo cubiertos de hoja y paredes de bambú, sentí que pisé algo
suave. Cuando vi me di cuenta que era una bosta de vaca fresca, verde y
pestilente, aunque no tanto como las excretas humanas. Me ensucié el zapato, la
media y la basta del pantalón del pié
derecho. Seguidamente, se me salieron unas cuantas palabras gruesas y no me quedó más que irme a limpiar a la
quebrada. Me imagino cuanto se habrán reído de mí la parentela de Deysi y sus vecinos.
"Me arreglé lo mejor que pude y luego Felipe me vino a
buscar de nuevo. Lo seguí y llegué a la iglesia. Tenía curiosidad por saber
como era esa iglesia. ¿Tendría la forma clásica
de una iglesia católica de un lugar rural con un techo alto a dos aguas?
¿Tendrían estatuas de manufactura humana? La iglesia no era como la imaginaba:
Era una choza grande, con techo de paja,
de forma redondeada, piso de tierra y paredes de bambú. No había ningún
lujo. Únicamente asientos colocados en forma circular hechos con troncos
redondos colocados horizontalmente y
sostenidos por otros dos troncos menores clavados en el suelo.
"Allí la mamá de Deysi me presentó a la que se
convertiría en la madrina. Una indígena jóven que luego me enteré estudiaba
para maestra, en el último año de la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena.
Su nombre, Anayansi Quiróz, me trajo muchos recuerdos. Cuando estaba en la escuela tuve una
compañera con ese mismo nombre y apellido. Era bonita pero tenía una debilidad.
Se enojaba cuando le decía con palabras en que con ritmo mezclaba verso, canto
y marcha, al decir: "Anayansi Quiróz, Anayansi Quiróz, alza la pata y
revuelve el arroz; Anayansi Quiróz, Anayansi Quiróz, alza la pata y revuelve el
arroz". Eran palabras mágicas pues Ana
se transformaba, se ponía de mal humor y me correteaba entre las sillas para
pegarme. La verdad, me divertía mucho. Dejé de molestarla, poco a poco, cuando me di cuenta que sus pechos estaban
creciendo y la cadera adquiría una forma, una forma...bueno, esa forma. Pero
mis recuerdos no acababan allí. Recién publicada la novela histórica "El
tesoro del Dabaibe", la leí y se grabó en mi mente el nombre de la
concubina de Balboa, solo para descubrir años más tarde, que el nombre no era
real o al menos que no está descrito o
adjudicado ese nombre para la hija de Careta en ninguna de las crónicas o
documentos españoles de la época de la conquista. Aún así, el nombre si es
americano y hasta me parece de origen chibcha, por lo que sería un nombre
bastante lógico para ella (para la hija de Careta) y tengo que reconocer el
mérito y acierto de Octavio Méndez Pereira, al distinguirla en su obra con este
nombre.
"Inició la ceremonia y no la presidió un sacerdote
católico. Era un indígena que se situó
en el medio del círculo de sillas y comenzó a hablar. No entendía casi nada de
lo que decía. En su sermón o prédica incluía de vez en cuando palabras y nombres, entre ellos el mío, en español. Pude observar que el sacerdote,
ministro o pastor, no usaba ningún libro. Sólo hablaba y hablaba y tuve la
sensación que contaba una historia. Estaba convencido de lo que decía y disfrutaba el decirlo. Aunque puedo estar equivocado, diría que hablaba de los mandamientos de Dios. Al final me llamó el guía espiritual y me dijo que sostuviese a
Daysi en el aire, boca arriba, con mis brazos
y la ayuda de la madrina y al hacerlo, el tomó agua de una tinaja con
una totuma y la derramó sobre su frente
dejando deslizar el agua lentamente mientras pronunciaba unas palabras
con un acento de cántico ancestral. Luego derramó agua sobre mi cabeza también, mientras decía sus palabras y pensé: ¡Vaya, una innovación!
"Terminó la ceremonia y Doris Bejarano me dijo:
-Venire a mi casa dotore.
-No quiero demorarme más. Debo regresar a mi casa-le respondí, pues ya era el
mediodía.
-No preocuparse dotore, será solo un momento.
La acompañé hasta su casa y tuve el placer de llevar a Deysi
de mi mano y se dejaba llevar sin oponer resistencia, dócilmente. Estaba vestida Deysi con una hermosa enagua larga hasta los
tobillos de color roja con aplicaciones de tela de forma triangular en color
azul, amarillo y blanco. El cabello bien peinado aunque maltratado por el sol,
el polvo y el humo. En la casa conversé con Doris acerca de la
ceremonia. Le pregunté específicamente por la biblia, porque su ausencia me
había llamado la atención, a pesar de mis ideas acerca de Dios y las
religiones. Me explicó que su iglesia se llamaba Mamatata o también Mamachí. El
pastor se llamaba Edil y era oriundo de
Besigó o Besikó. Que hacía algunos años a Delia Bejarano, que no era familia suya, había
tenido una visión. Que Delia también era
conocida con el nombre de Besigó y por eso, ese lugar se llamaba así. Besigó es
pues un nombre ancestral. Pocos ngabes usan nombres ancestrales. Que la visión fue precedida por unos sueños en
que Jesús le decía que le tenía una misión. Después, con gran estruendo, más
que el que produce un avión, una nave le apareció a Delia y de ella bajaron Jesús y su madre.
Jesús le presentó a Delia, su madre,
diciéndole: esta es mi madre. Luego Jesús le dijo que él también había prometido traer la salvación a los
ngabes y que ella tenía la responsabilidad de lograr que los ngabes tuviesen
una conducta agradable a los ojos de Dios. Por eso, en esta población no se
tomaba bebidas alcohólicas ni se participaba en
la balsería ni en la clarida. Desde esa fecha surgió esta nueva iglesia
que cada vez tiene más seguidores en la comarca.
"Hacía tiempo había escuchado acerca de esta iglesia
autóctona, aunque en el fondo no es más que un sincretismo cultural, como tantos que hay
en el mundo. Me senté en una de las sillas disponibles. Troncos redondos
cortados con sierra parados en el piso, que resultaban relativamente cómodos.
Podía ver las camas hechas de bambú por todos lados y no sé como se podía
dormir allí. Doris me servía algo de
comer mientras que Deysi jugaba con sus
tías, hermanas menores de Doris y que ese día se encontraban allí: Yiani y Yina. Yiani también jugaba con una gata blanca y regordeta. En la cocina observaba sólo arroz blanco en la paila, pero
cuando revolvió el arroz pude ver pedazos de ají y que había un pollo cocido en él. ¡Vaya, que
forma más peculiar de hacer arroz con pollo!-Pensé. Doris desmembró un muslo y lo puso en una totuma grande con el arroz.
La cuchara también también estaba hecha de la cáscara del calabazo. Comencé a
comer y pues, no me pareció mal. El arroz y el pollo con buen sabor, aunque muy
bajo de sal. Algo distinto fue cuando me pusieron la chicha. Era de maíz, la
que menos quería. Cuando era niño había escuchado que para fermentar el maíz
unas indias, con los dientes con caries, debían masticar unos cuantos granos y luego escupir en la chicha. No estoy muy seguro que esto
sea verdad, pero sólo de imaginarlo me era difícil siquiera pensar en tomarla.
Además, me recordé del caso de Deysi, años atrás y su infección. ¿De dónde
tomará el agua? ¿Y ahora que hago?-me preguntaba- Doris pareció adivinar mis
aflicciones mentales cuando me dijo:
-El gobierno construyó acueducto y niños ya no darle tanta
diarrea.
Las hermanas de Doris, Yiani y Yina, me observaban con
atención para ver si tomaba la chicha. Se les veía en la cara que querían
reírse. Me dí valor a mí mismo y probé un poco. Me pareció un poco babosa y
poco agradable, pero disimulé para que las hermanas de Doris no notarán ninguna
expresión. No estaba fuerte y entonces recordé que en esa comunidad no hacían
chicha fuerte o con grado de alcohol. Tenía que darme más valor y fue cuando recordé que de niño mi
madre me obligaba a ingerir aceite de ricino con polvo de ruda macho para
aprovechar sus cualidades vermífugas y sacarme las lombrices. ¡Guácala, eso si
sabía malo de verdad! Solo de recordarlo tuve el valor para tomar la chicha e
ingerirla toda sin respirar. Seguí con cara de:¡Aquí no ha pasado nada!, cuando
escuché:
-¡Quiere más chicha?-preguntó Doris, mientra Yiani y Yina me miraban fijamente.
-No gracias, ya es suficiente-respondí rápidamente y medio sonreído.
"Antes de irme llamé a Deysi. Ella vino hacia mí. Le
regalé confites, un collar de oro que yo
mismo le coloqué, una "bincha" y B/. 20.00. Ella sonrió y su mamá
también. Le dí mis mejores deseos a Deysi y un beso y ella me besó también.
Emprendí el viaje de vuelta en el mismo caballo y con el mismo guía. Ahora
todas las sensaciones, todo el sufrimiento de andar a caballo, se multiplicó
por dos. Me bajé varias veces del caballo, porque no aguantaba ir montado, pero
rápidamente quedaba cansado subiendo esas lomas. Así un rato caminando y otro a
caballo, llegué a San Félix, me despedí de Felipe y regresé a David. Al día
siguiente no fui a trabajar y ese día me dije que no regresaría a la comarca ni
en avión.
"Sin embargo, antes del año regresé a ver a Deysi. Fui
a pie, solo y sin avisar. Me preparé haciendo bastante ejercicio. Corría todos
los días y usaba bicicleta antes que el
automóvil. Fui a subir un par de cerros y me di cuenta que no me cansaba tanto.
Además, desapareció la adiposidad de mi vientre. No es por nada, pero me veía
bien atractivo. Al menos eso creía yo. Además llevaba unos regalos para ella.
Los ngabes que veía en el camino se sorprendían de verme por ahí. Cuando llegué
el día estaba iluminado con un buen sol.
Vi a Deysi jugando y ella no me vio. Me pareció que hablaba sola y daba vueltas
en una planta de flor salvaje que recuerdo muy bien que existían en la casa de
mi abuela, aunque de un color diferente. Produce una inflorescencia compuesta
de muchas flores diminutas y hermosas, juntas todas como un pomo en el cual se mezclan
varios colores, de forma ordenada. En algún folleto he visto que se llama
lantana pero mi abuela la llamaba pasaruíz. Deysi daba vueltas a la planta, se
detenía un momento y hablaba; para luego volver a hacer lo mismo; estaba tan
entretenida que no me vio. Saludando desde la puerta Doris se sorprendió de
verme.
-Dotore-dijo con voz de sorpresa.
-Vine a verte y a ver
a Deysi-Le respondí.
-Daysi está jugando.
Ya la llamo-agregó ella.
-Deysi, Deysi, ven que tu padrino te vino a ver-gritó desde
la puerta trasera.
Deysi llegó rauda a la casa y se quedó en la puerta viéndome
indecisa, pero se notaba que me conocía. Le sonreí y le dije que viniese que le
había traído algo para ella. Se acercó y le entregué una bolsa llena de
juguetes. Ella abrió la bolsa y sus ojos se abrieron desmesuradamente cuando
sacó el primer juguete: una muñeca. Sonrío y sus ojos brillaban. Luego sacó
otro y sonrío nuevamente: quería reírse. Pero luego, cuando sacó el tercero, faltando aún varios en la
bolsa, su rostro se transformó. Tenía en su mano un carrito, una ambulancia que
solo con tocarla sonaba la sirena. Creí que se había asustado un poco cuando la
ambulancia empezó a sonar. Comenzó a llorar y a llorar y de verla me sentía
culpable. Veía a los juguetes en la bolsa y a su mamá mientras lloraba. Le
salían mocos abundantes por sus fosas nasales. No sabía que había hecho mal. Su
mamá le habló en su lengua madre, ngabere, entre regaño y consejo. Deysi se fue
calmando, y luego sacó los demás juguetes. Ya sólo sonreía. No se que pasaba
por la mente de Deysi. ¿Será que sentía que no merecía tanto? ¿Será que cree
que el destino de su etnia es estar subyugada? ¿Será que ya acepta lo que
nosotros decimos: que son vagos, borrachos y buenos para nada?
"En silencio me hice más preguntas y reflexionaba:
¿Será que no sabe que somos nosotros los descendientes de aquellos que les
quitaron todos sus bienes materiales hace más de 500 años? A menudo, cuando se
habla del 12 de octubre leo artículos que entre otras cosas afirman: "lo
que nos hicieron los españoles..."¡Por favor!, como si fuésemos nosotros
indígenas. Se muy bien que la mayoría de los panameños tenemos sangre indígena,
pero también europea y africana. Para los indígenas no somos indígenas y tienen
razón. ¡Cuantas críticas hay por los programas estatales que les brindan ayuda!
Pero, por qué, si queremos ser justos, comenzamos por devolverles las tierras
en que vivían. No creo que haya muchos animados a hacerlo, lamentablemente, ni
siquiera yo. Entonces, que no critiquen lo poco que se les da.
"Deysi jugó mucho con sus juguetes. Pensé que jugaría más con las muñecas, pero no fue
así. Le gustó más la ambulancia. Se quedó viéndome y me dijo: "cuando sea
grande te voy a ayudar en la ambulancia". Me sonreí y le dije que esperaba que cumpliese su palabra. Cuando sea grande
ella, pensé, ya estaré muy cerca de mi jubilación. Más tarde me tomó de la mano
y me dijo ven. Me llevó al patio trasero y a un costado hasta la parte soleada
en que se encontraba el pasaruíz.
Mira-dijo-esa es Flap.
-¿La mariposa? Respondí preguntando, mientras veía una mariposa anaranjada, con rayas o manchas negras y blancas, probablemente un ejemplar del género Heliconius.
-Si esa, a veces también vienen Flop y Flip.
-¿Otras mariposas?-Pregunté.
-Si, otras mariposas-respondió y agregó-Ellas son mis
amigas, juego con ellas.
Fue entonces que recordé que ella parecía hablar con algo cuando
llegué y recordé también el sueño que había tenido hace varios años: La veía jugando con mariposas y me llevaba de la mano. Me maravillé
de tener una experiencia o al menos un suceso inexplicablemente coincidente.
Todo ocurrió con bastante exactitud.
-¿Y a quien quieres más, a Flap o a mí? Le pregunté.
Levantó la mirada y pensando un momento finalmente me dijo:
-Yo quiero a Flap y también te quiero a tí. También quiero a
Flip y Flop, pero pelean mucho.
Confieso que como se quedó pensando creí que me diría que
quería más a Flap. ¡Tuve temor! Le seguí la conversación y le dije:
- ¿A si? Y por qué pelean tanto.
-Bueno, porque quieren que las flores solo sean para ellas y
si la otra se acerca, aunque sea su
amiga, entonces comienzan a discutir.
Me lo decía casi
refunfuñando.
-Yo las regaño y le digo que tienen que compartir como
hermanas- Agregó.
Pensé que tenía una imaginación muy creativa Deysi. Que bueno que pueda disfrutar la vida de esa manera y ser feliz. Luego del paseo con mi ahijada me despedí porque debía regresar a la ciudad de David. Deysi me pidió que me quedara, que jugara con ella. -¿Dónde voy a dormir?-Le pregunté. -Conmigo, en mi cama-Me contestó rápidamente. Me hizo sonreír de nuevo. Hablé con ella y le dije que era importante ir a trabajar a ayudar a otras personas y que otro día regresaría. Finalmente la convencí. Me despedí de nuevo y justo en ese momento Doris me ofreció un caballo para regresar y le dije: ¡No gracias, prefiero regresar a pié! Aún recordaba lo adolorido que quedé en mi viaje anterior y la fuerza que hacía en cada bajada y subida de loma.
"Me prometí a mi mismo regresar un año después, pero regresé a los seis meses y entonces fui testigo de un hecho que recuerdo hasta el día de hoy y que contaré más adelante. Regresé al menos una vez cada año, durante varios años, en diferentes meses, sin una fecha específica y sin previo aviso, aunque siempre Deysi y su madre me preguntaban qué cuando regresaría de nuevo. Hubo, sin embargo, un día que decidí no regresar más. Durante varios años permanecí soltero, sin compromisos de ninguna clase, hasta que pasados mis 35 años, conocí a la doctora Lelys. Era trigueña, hermosa, de cabellos ondulado negro, profunda mirada y ojos negros. Se le hacían unos hoyitos en las mejillas cuando se reía. Además, era sensible con el prójimo, cariñosa, amable. Siempre tenía una sonrisa dibujada en su rostro. Era alguien al que uno deseaba ver al comienzo de cada día. A veces me sentía culpable por su juventud versus mi edad, pero ella me hizo disipar cualquier temor. Lo único que no me gustaba era que tenía un trasero un poco exagerado. Hay quienes les gusta esas "defensas", pero a mi no. Unas curvas suaves me parecen mejor. Además, era difícil caminar con ella, sin que algún "caballero" quisiera verla, precisamente por allí. ¡Vaya que me hacían sentir incómodo! Confieso que poco a poco me enamoré de una forma que no hubiese imaginado. Se empeñó en acompañarme a la comarca a ver a Deysi. Lo pensé bastante. Me venían a la mente muchas interrogantes: ¿Soportará el viaje? ¿Le gustará ese lugar? Finalmente, consentí en su solicitud. Ella insistió en que fuésemos en su camioneta del año, para poder ir más allá que de donde yo caminaba, para disminuir el trecho por caminar. El año anterior había visto que estaban construyendo la carretera, así que no era mala idea.
"Comenzamos el viaje en la madrugada y cuando el sol estaba comenzando a salir ya nos encontrábamos en la carretera de piedra, recién hecha. Había llovido y estaba muy resbalosa. En más de una ocasión se quedó patinando el carro y hubo una ocasión en que un hueco hecho por la lluvia hizo que pareciese que el vehículo se iba a voltear. Más adelante, había una casa de una familia ngabe y en la carretera, al frente de la casa, dejamos la camioneta. Le encomendamos el cuidado del vehículo a la señora de la casa y comenzamos a caminar. A las diez de la mañana estábamos en la casa de Deysi. Esperamos a que saliera de la escuela. Ya ella estaba en sexto grado. Como pensaba, se puso feliz al verme, pero miraba con recelo a Lelys. Creo que al final de la visita Lelys y ella habían logrado tender un puente de mutuo respeto y Deysi aceptó que Lelys era alguien especial en mi vida.
"Caminamos de vuelta y apenas salimos cayó un aguacero, que más que aguacero, parecía diluvio. Lelys tenía frío y estaba cansada, muy cansada. Al rato se sacó las zapatillas y observé vejigas rotas en los dedos de sus pies. A pesar de su dulzura, esta vez lucía deprimida y no parecía de muy buen humor. Nos demoramos tres veces más regresando, que el viaje de ida. Pero cuando llegamos al vehículo ocurrió lo peor: las cuatro llantas estaban desinfladas. Evidentemente, algún vándalo había ocasionado ese daño. No sabíamos si estaban sólo desinfladas o agujereadas. Era totalmente imposible regresar. No existía ningún lugar en donde reparar el daño ocasionado. Así que ya oscureciendo, no nos quedó más que tratar de dormir, si es que se le puede llamar dormir a dormitar sobresaltado, en la estrechez de un vehículo, con temor de que alguien te hago daño, que algo ocurra, con frío y totalmente mojado. Lelys se quitó la ropa húmeda y se quedó solo en ropa interior.Le di mi camisa que era lo más seco que tenía para que se arropara. A pesar de estar deprimido, cansado y culpable por lo que le ocurría a mi acompañante, la proximidad del cuerpo de Lelys, sus curvas delineadas, hacían que ocasionalmente me viniesen a la mente ideas eróticas, pero Lelys no me permitió ninguna licencia en el asiento de atrás, durante esa noche. Tuve que esperar buen tiempo para que me permitiera "probar" las delicias de la que era dueña. Esa noche conversamos más que en otras ocasiones. De nuestras vidas, nuestras familias, de nuestros estudios, del por qué nos habían hecho ese daño al vehículo y del trabajo. Me hizo sentir lo preocupada que estaba porque nunca había faltado al trabajo y tenía tres compañeros que se pasaban, disimuladamente, viendo en que fallaba para convertirse en correveidile del asistente del jefe médico. Traté de tranquilizarla diciéndole que fuese a dónde fuese, siempre iba a encontrar esos seres humanos con mente de anfibio anuro, ojos saltones, extremidades cortas y piel de aspecto verrugoso. Que esa era su forma de sobrevivir y escalar. Pero que al final siempre la verdad se sabría. Que no estaba faltando porque quería, sino porque había ocurrido un evento sobre el que no teníamos control. Que nada ocurría que no tuviese que ocurrir, porque cada hecho que nos pasa es necesario para aprender. ¡Tú tan filosófico como siempre!-contestó. Al rato la escuché llorar levemente, como para que no me diese cuenta. No la consolé con ninguna caricia ni palabra. Guardé silencio para que pensara que no la había escuchado. Pronunció mi nombre en un momento, pero no contesté y fingí estar dormido.Con los ojos cerrados y durmiendo solo por momentos esperé que amaneciera.
"Al día siguiente, subió un vehículo que cargaba maestros y al regreso se bajó el conductor y su ayudante para socorrernos. Se notaba que el conductor le gustaba impresionar a las personas con sus conocimientos. En pocos minutos nos habló de varios temas, mientras lo enterábamos de los que nos había ocurrido, para finalmente presentarnos su diagnóstico y solución. En síntesis, no había otra persona mejor que ella para ayudarnos. El problema es que no era sólo la mejor solución, sino la única. Así que nos convenció que él era la persona adecuada y que muy pronto solucionaría el asunto, aunque al triple de de la cantidad que había estimado previamente, era el adecuado. Por la cantidad solicitada, casi le digo que no, pero era mejor arreglar el vehículo de una buena vez, metido por esos lugares, había muy pocas oportunidades de encontrar una oferta mejor y no quería dejar a Lelys sola. Le entregué prácticamente todo el dinero que tenía y parte del que me facilitó mi novia en calidad de préstamo. Se llevaron las llantas hacia San Félix y debían regresar en dos horas y media. Esperamos y esperamos y llegó la tarde y no regresaban. Comenzó a llover de nuevo. Estaba un poco desesperado. No sabía si ir hasta el pueblo para ver que había pasado o quedarme al lado de Lelys. Bien tarde, como a las tres, escuché a lo lejos el motor de un vehículo que subía las lomas de la carretera. Apareció al fin el conductor con su ayudante. Lelys y yo estábamos molestos, pero nos sentimos bien al ver el vehículo. El conductor dio mil excusas, pero el aliento alcohólico lo delataba. Debió estar bien entretenido a costa mía. Afortunadamente, las llantas estaban arregladas e inmediatamente comenzaron a colocar las ruedas. A las seis llegamos a David.
"Después de este incidente, no regresé más a la comarca a ver a Deysi por varios motivos: por lo que había ocurrido con el vehículo de la que se convertiría después en mi esposa, porque en fin de semana me entretenía con mi bebé: una preciosa niña; y porque ahora tenía muchas ocupaciones. Así que dejé de viajar a la comarca y no tuve noticias de Deysi por mucho tiempo. Ni siquiera regresé a algún lugar cercano a la comarca.
"Pero doce años más tarde, formé parte del personal médico que asistió a ayudar a los heridos de los enfrentamientos entre policías e indígenas por el rechazo de los ngabe a la construcción de hidroeléctricas en el territorio de su comarca. Por coincidencias de la vida viajaba acompañado por las que habían sido compañeras de aventuras en el trabajo en algunas ocasiones: las dos K. Las llamaba así por las iniciales de sus nombres: Katherine y Karen. Las dos tenían en su apariencia cualidades físicas que las distinguían. Eran altas, para ser mujeres. A Karen lo que le sobresalía más era su enorme trasero, justo distintivo de su herencia negroide, y a Katherine su estatura poco común. En el trabajo alguien dijo que en una ocasión en que el marido llegó embriagado al hogar e intentó pegarle a ella, se defendió, pero tan bien que él fue el que quedó noqueado. Desde esa ocasión él no se atreve a hacerle nada a ella, supongo que también por la amenaza que ella misma me dijo que le hizo: ¡La próxima vez que lo intentes, te capo! A pesar de estos hechos, para mí no eran solamente las dos K sino las dos KP. La P agregada era de pendeja. Generalmente ninguna de ellas me decía nada si las llamaba simplemente K. Pero "ardía Troya" si les decía KP. Ellas sabían muy bien que significaba la P. Hacía bastante tiempo habíamos participado en una gira por el Golfo de Chiriquí con ellas y algunos miembros del Departamento de Saneamiento Ambiental. La gira tuvo algo de turístico, nos bañamos en la playa de isla Gámez, pero su verdadero motivo era de salubridad pública. Aquel día viajé acompañado, no solo por una K, sino por las dos. Durante las horas de la tarde hubo muy mal tiempo y comenzó a llover copiosamente. Luego la brisa rápidamente encrespó el mar. La lancha sonaba y crujía con cada ola que nos encontrábamos. Al principio las dos K solo lucían preocupadas, pero cuando eventualmente las olas metían agua adentro de la embarcación y nos veíamos obligados a sacar el agua con vasijas, ellas pasaron de los gritos con cada relámpago y golpe de la lancha, a llorar. Cuando dejaban de llorar tenían una cara de espanto: creo que creían que nos íbamos a morir. Yo, sin embargo, gritaba cada vez que se metía una ola, pero de forma desafiante: ¡Aiheee, que venga otra! Ellas me veían con ojos de "felino mal tirado", como decía mi abuelo y no podía evitar reírme. La aventura terminó, en esa ocasión, sin nada que lamentar.
"Pero aquel día, el problema era diferente; llevábamos en la ambulancia un policía herido en una trifulca con indígenas Ngabe. El policía había sufrido un golpe hecho por una piedra, que lo golpeó en la cabeza y estaba inconsciente. Había rumores de que había varios muertos entre los ngabes y muchos heridos, pero no observé ninguno. El ministro de seguridad pública ya había declarado en los medios de comunicación que no era cierto que la policía hubiese asesinado indígenas y que todos los comentarios eran producto de la desinformación. Más adelante, en la Panamericana, el tráfico se detuvo. Pronto se observaba como a unos 200 metros subir un humo negro. Ningún vehículo avanzaba en ninguna de las dos direcciones. Como llevábamos un herido, nuestro habilidoso conductor, Pablo, se abrió paso entre los vehículos hasta llegar cerca del lugar en donde surgía el humo negro. En el lugar habían dos vehículos del Estado ardiendo y el sitio estaba custodiado por indígenas armados con palos, machetes y resorteras. Me puse a pensar qué hacer y decidí bajar de la ambulancia y tratar de conversar con alguno de sus dirigentes para que nos permitiesen pasar. El problema es que el herido era un policía. Las K le quitaron rápidamente el uniforme de policía al herido y lo dejaron sólo en ropa interior, para lo que exhibieron mucha habilidad. Sospeché que habían practicado muchas veces, no sé si en sus casas o en el Centro de Salud.
"Cuando me bajé y avancé hasta la multitud de indígenas, uno de ellos, como con unos 35 años se abalanzó a toda velocidad hacia mí desde unos quince metros de distancia blandiendo un machete brillante y bien afilado. Me quedé quieto. ¿Para qué huir? Me hubiese alcanzado rápidamente. En fragmentos de segundo pensé que moriría allí, en ese lugar, pero casi de la nada surgió una mujer que se interpuso entre el indígena y yo y, le habló con autoridad en su lengua natal. El indígena amagó una vez más, pero ella se interpuso de nuevo y solo con levantar su mano hacia él y gritarle el indígena se detuvo de nuevo. Luego siguió hablándole y regañándolo. Se veía joven y cuando volvió su rostro hacia mi, su rostro me pareció conocido y vi brillar en su cuello una joya que conocía muy bien. Se acercó hacía mí y yo estaba emocionado y feliz. No podía creerlo: encontrarme allí a Deysi y que probablemente me haya salvado la vida. Ella me abrazó fuertemente, y yo hice lo mismo. Su ropa olía a sudor. El olor de encontrarse en ese tipo de lucha. Mi Deysi lucía bonita y aún seguía viéndola entre incrédulo y feliz. De momento olvidé que llevaba un herido.
"De repente sonaron disparos y los indígenas huyeron. Deysi permaneció conmigo y de repente se deslizó entre mis manos. Me quedé viéndola sin comprender qué ocurría. La sostuve y la coloqué en el suelo mientras las KP salían a ayudarme. En su espalda tenía un orificio de bala del que brotaba
sangre, mucha sangre. Tenía orificio de entrada, pero no de salida. Si el disparo no le hubiese dado a ella, me hubiese dado a mí. Miré a lo lejos y se acercaban muchos policías disparando, unos con sus armas de reglamento y otros con armas para disparar gas lacrimógeno. Desesperado intenté ayudar a Deysi, allí en plena calle. Ella intentaba hablar y le decía que se tranquilizara y entonces me tomó por el lado de atrás de mi cabeza y me acercó a su boca y escuché cuando dijo una palabra inolvidable. Buba.
"Inmediatamente, mi mente se trasladó años atrás, cuando Deysi aún era una niña. Fue un día de esos que llegué sin avisar. Llovía mucho y Deysi aún no había regresado a casa pues se encontraba en la escuela. Luego de una hora de esperar que llegara a casa no llegaba y la quebrada comenzó a sonar con las piedras que transportaba. El sonido lo conocía muy bien, pues en Boquete, cuando el río Caldera truena, se escucha en todo el pueblo. Preocupado le dije a Doris que era mejor ir a buscar a Deysi. La quebrada no tenía puente y podía llevársela y ahogarla. Así salimos los dos, debajo de la lluvia y cuando llegamos a la quebrada, ocurrió algo insólito: Doris cruzaba la quebrada en el aíre y se escuchaba un batir de alas que sonaba parecido a flap, flap, flap, lenta pero rítmicamente. Cada vez que sonaba flap, Deysi subía en el aire y cada vez que no se escuchaba el sonido, descendía un poco, hasta que quedó frente a nosotros.
"Regresamos a la casa junto con Deysi sin comprender que había pasado. La llevé cargada entre mis brazos. Deysi no habló por mucho tiempo. Se notaba asustada. Finalmente nos dijo que tenía miedo de cruzar la quebrada y se detuvo para ver si bajaba. De repente escuchó a Buba. En una de las ocasiones que había estado por allá, en la comarca, había escuchado hablar de Buba. Era un ser sobrenatural, mediano, con una sábana raída, sucia y agujereada cubriéndolo. Emite varios sonidos: uno de esos consiste en una mezcla de chillidos agudos y muchos hierros que se caen. Los sonidos van subiendo en intensidad a medida que se acercan y parece que se mueve la tierra.
"- Sentía como Buba se acercaba a mi, de todos lados surgían hormigas que llenaron el camino-agregó Deysi- Me acerqué todo lo que pude a la quebrada y tuve que meter mi pies al agua para que no se me treparan las hormigas y los gusanos y ya estaba dispuesta a tirarme al agua porque Buba estaba cerca, cuando sentí que alguien me sujetaba y me levantaba en el aire. Pude ver las antenas y parte de las alas de Flap y después me puso junto a ustedes. ¿No lo vieron?-preguntó-La madre y yo nos miramos a la cara y luego la veíamos a ella, pero hicimos silencio. Los dos estábamos perplejos.
"Ese día Deysi salvó su vida o le salvaron la vida. Pero ahora se encontraba en una situación diferente, con una bala alojada en su tórax, probablemente le debía haber atravesado uno de sus pulmones. Le salía más sangre por la boca y se notaba que le era muy difícil respirar. La subimos a la ambulancia y la atendimos en la ambulancia. ¡No te mueras, le decía desesperado! Me tomó una vez más por la cabeza y al acercarme le escuché que me dijo: Lo quiero. Le dije con lágrimas en los ojos, yo también te quiero, pero no te mueras. Pero murió. Sus ojos abiertos tenían esa mirada fija en el vacío, que no ve nada. No respiraba ni tenía pulso. Murió y lloré largamente.
"En las noticias se escuchó una vez más al ministro diciendo que los policías sólo utilizaban los medios disuasivos que les estaba permitido en el control de multitudes. Que ninguno había usado su arma de reglamento. Que los policías son los defensores del orden y de la vida. Que los indígenas son unos borrachos y que bajo los efectos del alcohol seguro se habían disparado entre ellos. ¡Cuantas mentiras! Por cierto, el indígena que parecía que me quería matar, estaba ese día afectado porque le acaban de matar su hijo con un disparo de pistola. Lo reconocí cuando lo vi en las noticias, quejándose de lo que le había ocurrido. El policía que llevábamos en la ambulancia se salvó y me confesó que había matado a un indígena y parecía que lo disfrutó. ¡Debí matar varios más!, me dijo. Ciertamente, sentí repulsión. No me explico como alguien, independientemente de las circunstancias, puede disfrutar el quitarle la vida a un semejante.
"Deysi cumplió su palabra empeñada cuando era niña: ¡Me ayudó en la ambulancia, aunque no de la forma que había imaginado yo! Pero también me salvó la vida. Extraño a Deysi y termino de escribir este relato con lágrimas en mis ojos, adolorido por el recuerdo de una joven que me hizo mi vida de doctor diferente. ¡Me gustaría encontrarla de nuevo!"
Cheryl, gracias por el dibujo que hiciste especialmente para este cuento.
Dedicado a mis compañeros del Programa Entre Pares del Ministerio de Educación.
"Me prometí a mi mismo regresar un año después, pero regresé a los seis meses y entonces fui testigo de un hecho que recuerdo hasta el día de hoy y que contaré más adelante. Regresé al menos una vez cada año, durante varios años, en diferentes meses, sin una fecha específica y sin previo aviso, aunque siempre Deysi y su madre me preguntaban qué cuando regresaría de nuevo. Hubo, sin embargo, un día que decidí no regresar más. Durante varios años permanecí soltero, sin compromisos de ninguna clase, hasta que pasados mis 35 años, conocí a la doctora Lelys. Era trigueña, hermosa, de cabellos ondulado negro, profunda mirada y ojos negros. Se le hacían unos hoyitos en las mejillas cuando se reía. Además, era sensible con el prójimo, cariñosa, amable. Siempre tenía una sonrisa dibujada en su rostro. Era alguien al que uno deseaba ver al comienzo de cada día. A veces me sentía culpable por su juventud versus mi edad, pero ella me hizo disipar cualquier temor. Lo único que no me gustaba era que tenía un trasero un poco exagerado. Hay quienes les gusta esas "defensas", pero a mi no. Unas curvas suaves me parecen mejor. Además, era difícil caminar con ella, sin que algún "caballero" quisiera verla, precisamente por allí. ¡Vaya que me hacían sentir incómodo! Confieso que poco a poco me enamoré de una forma que no hubiese imaginado. Se empeñó en acompañarme a la comarca a ver a Deysi. Lo pensé bastante. Me venían a la mente muchas interrogantes: ¿Soportará el viaje? ¿Le gustará ese lugar? Finalmente, consentí en su solicitud. Ella insistió en que fuésemos en su camioneta del año, para poder ir más allá que de donde yo caminaba, para disminuir el trecho por caminar. El año anterior había visto que estaban construyendo la carretera, así que no era mala idea.
"Comenzamos el viaje en la madrugada y cuando el sol estaba comenzando a salir ya nos encontrábamos en la carretera de piedra, recién hecha. Había llovido y estaba muy resbalosa. En más de una ocasión se quedó patinando el carro y hubo una ocasión en que un hueco hecho por la lluvia hizo que pareciese que el vehículo se iba a voltear. Más adelante, había una casa de una familia ngabe y en la carretera, al frente de la casa, dejamos la camioneta. Le encomendamos el cuidado del vehículo a la señora de la casa y comenzamos a caminar. A las diez de la mañana estábamos en la casa de Deysi. Esperamos a que saliera de la escuela. Ya ella estaba en sexto grado. Como pensaba, se puso feliz al verme, pero miraba con recelo a Lelys. Creo que al final de la visita Lelys y ella habían logrado tender un puente de mutuo respeto y Deysi aceptó que Lelys era alguien especial en mi vida.
"Caminamos de vuelta y apenas salimos cayó un aguacero, que más que aguacero, parecía diluvio. Lelys tenía frío y estaba cansada, muy cansada. Al rato se sacó las zapatillas y observé vejigas rotas en los dedos de sus pies. A pesar de su dulzura, esta vez lucía deprimida y no parecía de muy buen humor. Nos demoramos tres veces más regresando, que el viaje de ida. Pero cuando llegamos al vehículo ocurrió lo peor: las cuatro llantas estaban desinfladas. Evidentemente, algún vándalo había ocasionado ese daño. No sabíamos si estaban sólo desinfladas o agujereadas. Era totalmente imposible regresar. No existía ningún lugar en donde reparar el daño ocasionado. Así que ya oscureciendo, no nos quedó más que tratar de dormir, si es que se le puede llamar dormir a dormitar sobresaltado, en la estrechez de un vehículo, con temor de que alguien te hago daño, que algo ocurra, con frío y totalmente mojado. Lelys se quitó la ropa húmeda y se quedó solo en ropa interior.Le di mi camisa que era lo más seco que tenía para que se arropara. A pesar de estar deprimido, cansado y culpable por lo que le ocurría a mi acompañante, la proximidad del cuerpo de Lelys, sus curvas delineadas, hacían que ocasionalmente me viniesen a la mente ideas eróticas, pero Lelys no me permitió ninguna licencia en el asiento de atrás, durante esa noche. Tuve que esperar buen tiempo para que me permitiera "probar" las delicias de la que era dueña. Esa noche conversamos más que en otras ocasiones. De nuestras vidas, nuestras familias, de nuestros estudios, del por qué nos habían hecho ese daño al vehículo y del trabajo. Me hizo sentir lo preocupada que estaba porque nunca había faltado al trabajo y tenía tres compañeros que se pasaban, disimuladamente, viendo en que fallaba para convertirse en correveidile del asistente del jefe médico. Traté de tranquilizarla diciéndole que fuese a dónde fuese, siempre iba a encontrar esos seres humanos con mente de anfibio anuro, ojos saltones, extremidades cortas y piel de aspecto verrugoso. Que esa era su forma de sobrevivir y escalar. Pero que al final siempre la verdad se sabría. Que no estaba faltando porque quería, sino porque había ocurrido un evento sobre el que no teníamos control. Que nada ocurría que no tuviese que ocurrir, porque cada hecho que nos pasa es necesario para aprender. ¡Tú tan filosófico como siempre!-contestó. Al rato la escuché llorar levemente, como para que no me diese cuenta. No la consolé con ninguna caricia ni palabra. Guardé silencio para que pensara que no la había escuchado. Pronunció mi nombre en un momento, pero no contesté y fingí estar dormido.Con los ojos cerrados y durmiendo solo por momentos esperé que amaneciera.
"Al día siguiente, subió un vehículo que cargaba maestros y al regreso se bajó el conductor y su ayudante para socorrernos. Se notaba que el conductor le gustaba impresionar a las personas con sus conocimientos. En pocos minutos nos habló de varios temas, mientras lo enterábamos de los que nos había ocurrido, para finalmente presentarnos su diagnóstico y solución. En síntesis, no había otra persona mejor que ella para ayudarnos. El problema es que no era sólo la mejor solución, sino la única. Así que nos convenció que él era la persona adecuada y que muy pronto solucionaría el asunto, aunque al triple de de la cantidad que había estimado previamente, era el adecuado. Por la cantidad solicitada, casi le digo que no, pero era mejor arreglar el vehículo de una buena vez, metido por esos lugares, había muy pocas oportunidades de encontrar una oferta mejor y no quería dejar a Lelys sola. Le entregué prácticamente todo el dinero que tenía y parte del que me facilitó mi novia en calidad de préstamo. Se llevaron las llantas hacia San Félix y debían regresar en dos horas y media. Esperamos y esperamos y llegó la tarde y no regresaban. Comenzó a llover de nuevo. Estaba un poco desesperado. No sabía si ir hasta el pueblo para ver que había pasado o quedarme al lado de Lelys. Bien tarde, como a las tres, escuché a lo lejos el motor de un vehículo que subía las lomas de la carretera. Apareció al fin el conductor con su ayudante. Lelys y yo estábamos molestos, pero nos sentimos bien al ver el vehículo. El conductor dio mil excusas, pero el aliento alcohólico lo delataba. Debió estar bien entretenido a costa mía. Afortunadamente, las llantas estaban arregladas e inmediatamente comenzaron a colocar las ruedas. A las seis llegamos a David.
"Después de este incidente, no regresé más a la comarca a ver a Deysi por varios motivos: por lo que había ocurrido con el vehículo de la que se convertiría después en mi esposa, porque en fin de semana me entretenía con mi bebé: una preciosa niña; y porque ahora tenía muchas ocupaciones. Así que dejé de viajar a la comarca y no tuve noticias de Deysi por mucho tiempo. Ni siquiera regresé a algún lugar cercano a la comarca.
"Pero doce años más tarde, formé parte del personal médico que asistió a ayudar a los heridos de los enfrentamientos entre policías e indígenas por el rechazo de los ngabe a la construcción de hidroeléctricas en el territorio de su comarca. Por coincidencias de la vida viajaba acompañado por las que habían sido compañeras de aventuras en el trabajo en algunas ocasiones: las dos K. Las llamaba así por las iniciales de sus nombres: Katherine y Karen. Las dos tenían en su apariencia cualidades físicas que las distinguían. Eran altas, para ser mujeres. A Karen lo que le sobresalía más era su enorme trasero, justo distintivo de su herencia negroide, y a Katherine su estatura poco común. En el trabajo alguien dijo que en una ocasión en que el marido llegó embriagado al hogar e intentó pegarle a ella, se defendió, pero tan bien que él fue el que quedó noqueado. Desde esa ocasión él no se atreve a hacerle nada a ella, supongo que también por la amenaza que ella misma me dijo que le hizo: ¡La próxima vez que lo intentes, te capo! A pesar de estos hechos, para mí no eran solamente las dos K sino las dos KP. La P agregada era de pendeja. Generalmente ninguna de ellas me decía nada si las llamaba simplemente K. Pero "ardía Troya" si les decía KP. Ellas sabían muy bien que significaba la P. Hacía bastante tiempo habíamos participado en una gira por el Golfo de Chiriquí con ellas y algunos miembros del Departamento de Saneamiento Ambiental. La gira tuvo algo de turístico, nos bañamos en la playa de isla Gámez, pero su verdadero motivo era de salubridad pública. Aquel día viajé acompañado, no solo por una K, sino por las dos. Durante las horas de la tarde hubo muy mal tiempo y comenzó a llover copiosamente. Luego la brisa rápidamente encrespó el mar. La lancha sonaba y crujía con cada ola que nos encontrábamos. Al principio las dos K solo lucían preocupadas, pero cuando eventualmente las olas metían agua adentro de la embarcación y nos veíamos obligados a sacar el agua con vasijas, ellas pasaron de los gritos con cada relámpago y golpe de la lancha, a llorar. Cuando dejaban de llorar tenían una cara de espanto: creo que creían que nos íbamos a morir. Yo, sin embargo, gritaba cada vez que se metía una ola, pero de forma desafiante: ¡Aiheee, que venga otra! Ellas me veían con ojos de "felino mal tirado", como decía mi abuelo y no podía evitar reírme. La aventura terminó, en esa ocasión, sin nada que lamentar.
"Pero aquel día, el problema era diferente; llevábamos en la ambulancia un policía herido en una trifulca con indígenas Ngabe. El policía había sufrido un golpe hecho por una piedra, que lo golpeó en la cabeza y estaba inconsciente. Había rumores de que había varios muertos entre los ngabes y muchos heridos, pero no observé ninguno. El ministro de seguridad pública ya había declarado en los medios de comunicación que no era cierto que la policía hubiese asesinado indígenas y que todos los comentarios eran producto de la desinformación. Más adelante, en la Panamericana, el tráfico se detuvo. Pronto se observaba como a unos 200 metros subir un humo negro. Ningún vehículo avanzaba en ninguna de las dos direcciones. Como llevábamos un herido, nuestro habilidoso conductor, Pablo, se abrió paso entre los vehículos hasta llegar cerca del lugar en donde surgía el humo negro. En el lugar habían dos vehículos del Estado ardiendo y el sitio estaba custodiado por indígenas armados con palos, machetes y resorteras. Me puse a pensar qué hacer y decidí bajar de la ambulancia y tratar de conversar con alguno de sus dirigentes para que nos permitiesen pasar. El problema es que el herido era un policía. Las K le quitaron rápidamente el uniforme de policía al herido y lo dejaron sólo en ropa interior, para lo que exhibieron mucha habilidad. Sospeché que habían practicado muchas veces, no sé si en sus casas o en el Centro de Salud.
"Cuando me bajé y avancé hasta la multitud de indígenas, uno de ellos, como con unos 35 años se abalanzó a toda velocidad hacia mí desde unos quince metros de distancia blandiendo un machete brillante y bien afilado. Me quedé quieto. ¿Para qué huir? Me hubiese alcanzado rápidamente. En fragmentos de segundo pensé que moriría allí, en ese lugar, pero casi de la nada surgió una mujer que se interpuso entre el indígena y yo y, le habló con autoridad en su lengua natal. El indígena amagó una vez más, pero ella se interpuso de nuevo y solo con levantar su mano hacia él y gritarle el indígena se detuvo de nuevo. Luego siguió hablándole y regañándolo. Se veía joven y cuando volvió su rostro hacia mi, su rostro me pareció conocido y vi brillar en su cuello una joya que conocía muy bien. Se acercó hacía mí y yo estaba emocionado y feliz. No podía creerlo: encontrarme allí a Deysi y que probablemente me haya salvado la vida. Ella me abrazó fuertemente, y yo hice lo mismo. Su ropa olía a sudor. El olor de encontrarse en ese tipo de lucha. Mi Deysi lucía bonita y aún seguía viéndola entre incrédulo y feliz. De momento olvidé que llevaba un herido.
"De repente sonaron disparos y los indígenas huyeron. Deysi permaneció conmigo y de repente se deslizó entre mis manos. Me quedé viéndola sin comprender qué ocurría. La sostuve y la coloqué en el suelo mientras las KP salían a ayudarme. En su espalda tenía un orificio de bala del que brotaba
sangre, mucha sangre. Tenía orificio de entrada, pero no de salida. Si el disparo no le hubiese dado a ella, me hubiese dado a mí. Miré a lo lejos y se acercaban muchos policías disparando, unos con sus armas de reglamento y otros con armas para disparar gas lacrimógeno. Desesperado intenté ayudar a Deysi, allí en plena calle. Ella intentaba hablar y le decía que se tranquilizara y entonces me tomó por el lado de atrás de mi cabeza y me acercó a su boca y escuché cuando dijo una palabra inolvidable. Buba.
"Inmediatamente, mi mente se trasladó años atrás, cuando Deysi aún era una niña. Fue un día de esos que llegué sin avisar. Llovía mucho y Deysi aún no había regresado a casa pues se encontraba en la escuela. Luego de una hora de esperar que llegara a casa no llegaba y la quebrada comenzó a sonar con las piedras que transportaba. El sonido lo conocía muy bien, pues en Boquete, cuando el río Caldera truena, se escucha en todo el pueblo. Preocupado le dije a Doris que era mejor ir a buscar a Deysi. La quebrada no tenía puente y podía llevársela y ahogarla. Así salimos los dos, debajo de la lluvia y cuando llegamos a la quebrada, ocurrió algo insólito: Doris cruzaba la quebrada en el aíre y se escuchaba un batir de alas que sonaba parecido a flap, flap, flap, lenta pero rítmicamente. Cada vez que sonaba flap, Deysi subía en el aire y cada vez que no se escuchaba el sonido, descendía un poco, hasta que quedó frente a nosotros.
"Regresamos a la casa junto con Deysi sin comprender que había pasado. La llevé cargada entre mis brazos. Deysi no habló por mucho tiempo. Se notaba asustada. Finalmente nos dijo que tenía miedo de cruzar la quebrada y se detuvo para ver si bajaba. De repente escuchó a Buba. En una de las ocasiones que había estado por allá, en la comarca, había escuchado hablar de Buba. Era un ser sobrenatural, mediano, con una sábana raída, sucia y agujereada cubriéndolo. Emite varios sonidos: uno de esos consiste en una mezcla de chillidos agudos y muchos hierros que se caen. Los sonidos van subiendo en intensidad a medida que se acercan y parece que se mueve la tierra.
"- Sentía como Buba se acercaba a mi, de todos lados surgían hormigas que llenaron el camino-agregó Deysi- Me acerqué todo lo que pude a la quebrada y tuve que meter mi pies al agua para que no se me treparan las hormigas y los gusanos y ya estaba dispuesta a tirarme al agua porque Buba estaba cerca, cuando sentí que alguien me sujetaba y me levantaba en el aire. Pude ver las antenas y parte de las alas de Flap y después me puso junto a ustedes. ¿No lo vieron?-preguntó-La madre y yo nos miramos a la cara y luego la veíamos a ella, pero hicimos silencio. Los dos estábamos perplejos.
"Ese día Deysi salvó su vida o le salvaron la vida. Pero ahora se encontraba en una situación diferente, con una bala alojada en su tórax, probablemente le debía haber atravesado uno de sus pulmones. Le salía más sangre por la boca y se notaba que le era muy difícil respirar. La subimos a la ambulancia y la atendimos en la ambulancia. ¡No te mueras, le decía desesperado! Me tomó una vez más por la cabeza y al acercarme le escuché que me dijo: Lo quiero. Le dije con lágrimas en los ojos, yo también te quiero, pero no te mueras. Pero murió. Sus ojos abiertos tenían esa mirada fija en el vacío, que no ve nada. No respiraba ni tenía pulso. Murió y lloré largamente.
"En las noticias se escuchó una vez más al ministro diciendo que los policías sólo utilizaban los medios disuasivos que les estaba permitido en el control de multitudes. Que ninguno había usado su arma de reglamento. Que los policías son los defensores del orden y de la vida. Que los indígenas son unos borrachos y que bajo los efectos del alcohol seguro se habían disparado entre ellos. ¡Cuantas mentiras! Por cierto, el indígena que parecía que me quería matar, estaba ese día afectado porque le acaban de matar su hijo con un disparo de pistola. Lo reconocí cuando lo vi en las noticias, quejándose de lo que le había ocurrido. El policía que llevábamos en la ambulancia se salvó y me confesó que había matado a un indígena y parecía que lo disfrutó. ¡Debí matar varios más!, me dijo. Ciertamente, sentí repulsión. No me explico como alguien, independientemente de las circunstancias, puede disfrutar el quitarle la vida a un semejante.
"Deysi cumplió su palabra empeñada cuando era niña: ¡Me ayudó en la ambulancia, aunque no de la forma que había imaginado yo! Pero también me salvó la vida. Extraño a Deysi y termino de escribir este relato con lágrimas en mis ojos, adolorido por el recuerdo de una joven que me hizo mi vida de doctor diferente. ¡Me gustaría encontrarla de nuevo!"
Cheryl, gracias por el dibujo que hiciste especialmente para este cuento.
Dedicado a mis compañeros del Programa Entre Pares del Ministerio de Educación.
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